EL NORTE DEL SUR
Transmisión comunitaria
Lo que se impone con la fuerza del virus más peligroso nunca conocido es la irresponsabilidad ciudadana
PERO cómo que no hay transmisión comunitaria . Pues claro que existe , y es grave, severa, irreparable, desazonadora . Ni los epidemiólogos, ni los rastreadores ni las autoridades son capaces de ponerle coto, de meterla en cintura. El mal se expande a sus anchas sin que haya quien lo remedie ni quien le plante cara. No, no hay solución. Todo lo que era sólido -un préstamo literario, sí- se desvanece de nuevo, igual que ocurrió en la crisis financiera de 2008, y todo se vuelve líquido, irreconocible, autodestructivo. La transmisión comunitaria que se impone con la fuerza del virus más peligroso nunca conocido es la de la irresponsabilidad . Si algo ha conseguido el coronavirus es desnudar a los ciudadanos, o a muchos de ellos, dejar a la vista su condición de rebaño ciego que obedece más al instinto primario que a la norma que ha de seguir si quiere seguir sobreviviendo. «Hemos demostrado que la sociedad española es inmadura», se lamentaban hace unos días Ignacio Camacho y Rosa Belmonte en su conversación en Real Círculo de la Amistad de Córdoba a propósito de la crisis sanitaria y política que ha generado el Covid-19 y los actos del veinte aniversario de la edición local de este periódico.
Vamos a salir más fuertes , le escribieron con faltas de ortografía al telepredicador dominical , y él lo dijo en la tele . Varias veces. Y resulta que la realidad es que la segunda ola nos ahoga . A lo mejor es eso lo que quiere el estadista: poner a prueba a la plebe, a ver quién se sobrepone al naufragio. En los quioscos venden una edición ilustrada de «Robinson Crusoe»: esto no puede ser una casualidad.
El otro día, cuando la cosa estaba ya desmadrada en Lucena , un médico de Atención Primaria con plaza allí se quedó callado , con un silencio incómodo , en un par de ocasiones mientras hablábamos por teléfono. Pensé por un momento que se iba a echar a llorar . «Perdona, hombre, es que no me salen la palabras . ¿En qué cojones está pensando la gente? ¿Es que no se da cuenta de que nos estamos jugando la vida mientras ellos hacen fiestecitas y llenan los veladores?», me dijo.
De la tragedia indolora del estado de alarma hemos aprendido muy poco. «Qué vas a hacer, tío listo, ¿denunciarme?» , me soltó, bravo, un chaval el otro viernes en La Asomadilla cuando le recriminé con prudencia, a él y a sus amigos, que no llevasen mascarilla . «Denunciarte, no. Pero llamar a la Policía, sí», le respondí antes de que se esfumara. « Ahora tiene usted que decirme lo que tengo yo que fumar . Déjeme en paz», replicó un hombre antier en una terraz a de San Cayetano cuando le afeé que no tenía por qué tragarme su humo . «Señor, a mí como si se fuma usted la Fábrica de Tabacos entera. Pero hágalo por favor al menos a dos metros de distancia», insistí. «Claro, claro. Lo que usted me mande». Y siguió a lo suyo tan ancho, con el cigarrito , a dos palmos de mi mesa. Me levanté y me fui a mi casa . Con ganas de llorar . Como el médico .