El Norte del Sur
Santa Ana
Ahí hay una belleza, en ese tránsito tan suave y tan delicado entre la planicie feraz de verdes y dorados, y la sierra
No cuesta mucho imaginarse cómo sopla el viento generoso de este invierno amable de sol en la cima del castillo de Espejo . Ha de entrar en los pulmones para llenarlos, allí en el punto más alto de la zona de la campiña que custodia, o que custodió como explicaba con detalle el reportaje que publicó ayer este periódico , cerca de la frontera invisible entre el paisaje más bien llano y las primeras lomas de la Subbética .
Ahí hay una belleza, en ese tránsito tan suave y tan delicado entre la planicie feraz de verdes y dorados, y la sierra que primero se intuye entre cultivos y árboles bajos y que después desarma en la ruta que muere, o que nace, en Granada . La carretera obliga a estar alerta y lo que supone al principio un incordio pronto se convierte en una ventaja, porque obliga a tener los ojos bien abiertos, los cinco sentidos en el camino.
Zuheros , ese prodigio de la naturaleza, llama la atención con su discreta mancha blanca de caserío, a la derecha de la carretera: ese sitio, con sus adarves y con mirador oferente , es una maravilla. En la plaza con veladores, desde la que se divisa no muy lejos Baena y la vía verde que lleva primero a Doña Mencía y luego a Luque, había este sábado que ha pasado excursionistas cansados que venían del cañón del río Bailón , y que luego buscaban su posada donde podían.
En Priego de Córdoba , a veinticinco minutos de coche como quien dice, este enero parecía marzo con la tarde agradable y silenciosa que se iba extinguiendo muy lentamente, como sin darse cuenta de que a la claridad última, la que se escondía detrás de los montes bajos, le iba a seguir la noche cerrada, que era fría enseguida en los senderos con balcones que iban y venían a la Fuente del Rey, al lado de la casa que fue de Alcalá Zamora .
Sucedía que las máquinas de labor no paraban, como si la tierra no respetara el descanso bien ganado y que siempre quisiera más, y hasta el promontorio enrejado del pueblo llegaba su sonido y su afán a deshoras en un trabajo primitivo y antes hecho por los hombres. La oscuridad absoluta era de pronto lo que había sucedido a los restos de la luz solar, que se había ido a otra parte del planeta, y entonces en la plaza de Santa Ana , junto a Marqués de Priego , un modesto hostelero se felicitaba ante sus huéspedes de que en Semana Santa lo tenía ya todo completo.
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