El Norte del Sur

Estalla Viana

Hay que ir, hay que ir a Viana. Y hay que volver. Cruzar el umbral del palacio de la plaza de Don Gome es no querer irse nunca

Un visitante en uno de los patios de Viana, que abre al público gratis estas semanas en Córdoba Valerio Merino
Rafael Aguilar

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ES de una belleza turbadora, agitada, aplastante. Furiosa. Anoto en la libreta cada una de las plantas, de los árboles, de las flores y de los lugares y los transcribo ahora: acanto, agapanto, centaurea, cineraria, rosal de pitiminí, celestina, clivia, buganvilla, dama de noche, azahar, flor del sol, cala, geranio, ciprés, jazmín, alegría de la casa, senecio, lirio, magnolio, adelfa, uña de gato y coral.

Salón de Firmas, Salón de Tobías, Patio de las Rejas , Patio de la Madama, Patio de las Columnas, Patio de Recibo, Caballerizas, Patio de los Naranjos, Patio del Archivo y Capilla. Mirlo, jardín vertical, casa vivida, alberca, arroyo Colodro, reja manierista, berlina nupcial, linaje y nobleza, condes de Torres Cabrera , visita real, cangilón, fuente, maceta, invernadero y arrayán.

En un poema titulado ‘Patio de la Madama’ Pablo García Baena , nacido en la vecina calle Parras, escribió en la primavera de 1995: «Blanca sonrisa niña, duerme el sueño de los atanores, entre el perfume de la hierba humilde, mientras vela la casa el mote heráldico: Padecer por vivir».

Las letras, de una delicadeza rotunda, están estampadas en el azulejo de uno de los muros interiores de un blanco extremado de cal que el sol poderoso y hasta insolente de finales de marzo convierte en una exaltación rabiosa e inapelable de la hermosura en estado puro. Mario López añade a un palmo: «Rincón del paraíso entre jardines , de notable artificio. Primavera de la Ajerquía al crepúsculo. Campanas de agua viva fluyendo entre arriates».

Hay que ir, hay que ir a Viana . Y hay que volver. Cruzar el umbral del palacio de la plaza de Don Gome es no querer irse nunca. He entrado dos veces este fin de semana y me han tenido que buscar para enseñarme la salida a la hora de cierre. Me perdí entre los parterres, una ninfa pareció que quería hablarme y me senté a su vera a la espera del coloquio: Miré hacia arriba y busqué la frontera entre el prodigio vegetal y el cielo claro y azul. No la encontré.

Probé cada sombra. Gocé de la soledad de cada banco, de la intimidad sugerente de las antesalas, del añil de los marcos de madera de las ventanas, de los santos junto al altar, del resto arqueológico. Vino un golpe de viento y las hojas en las que tomaba nota se fueron al pie de un pequeño estanque. Quise levantarme para recogerlas. Las dejé allí. En el edén del que escribo.

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