El Norte del Sur

La costumbre de ganar

Los que organizan todo esto se ponen de parte de aquellos que se enrocan en el agravio por no ver lo que es evidente

Visitantes en el patio de Marroquíes, 6 Valerio Merino
Rafael Aguilar

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Al Real Madrid hay que sacarle de la Liga, no sea que la gane y dejemos al Mallorca o al Espanyol sin el trofeo y tristes, darle todos los años un título honorífico en la Champions pero hacerle ver que no puede pisar el césped, porque luego mete un par de goles en el último minuto y se lleva la Copa el tío.

A Rafa Nadal le hacemos un monumento, le regalamos flores, laureles, coronas, lo elevamos a la categoría de héroe del deporte patrio y todo para que no coja la raqueta, que este tipo que a veces tropieza y pierde, y quién no, resulta que resucita y vuelve a endiosiarse en el palmarés en cuanto uno lo deja suelto pisando la tierra batida de París o la hierba de Londres.

La maniobra del Ayuntamiento, no explicada o explicada sin el detalle que merece , de privar a los patios señeros de Santa Marina y de San Basilio, del concurso real de la fiesta por excelencia de Mayo, obrada además por lo que parece con cierta nocturnidad y alevosía, no tiene mucho de novedad.

Hace años, y ante las quejas de los que se tenían que conformar con la plata como si fuera oro, la autoridad municipal decidió que Marroquíes no podía optar al primer puesto. Ganar, ser el mejor, está mal visto. La envidia, esa cosa. Vivo a unos cientos de metros de la calle Moriscos y desde principios de la semana pasada, cuando empezó la fiesta que creo que mejor nos define, he visto colas casi kilométricas desde Mayor de Santa Marina hasta la mismita morada del inefable sastre y bohemio que un día vino de Cuenca para quedarse.

En otras casas no hay quien tenga paciencia para estar de pie al sol de mayo más de diez minutos. Tal vez porque el esfuerzo no merece tanto la pena. Hasta en algo tan sutil, tan de sensaciones, tan sencillo con como los Patios existe la competencia. Dónde no. Ganarle al otro es consustancial al ser humano. Lo sorprendente es que quienes tengan la responsabilidad de organizar todo esto que nos está pasando les hagan caso y se pongan de parte de aquellos que se enrocan en el agravio por no ver lo que es evidente, por más que la evidencia sea dolorosa, y más si se repite un año y otro. Mira, a ese patio de la calle Marroquíes, a ese pueblito incrustado en la ciudad con esa belleza tan discreta y tan abrumadora no hay quien lo supere. Asúmelo.

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