El Norte del Sur
Ciento volando
Si le cuadraba se acercaba al patio cuando estaba ya en flor y tocaba coplas con su violín y los vecinos le aplaudían como si estuvieran en la ópera de Milán
MI padre nació en una casa de la calle Mayor de Santa Marina , justo enfrente de la armería y a unos pasos de Marroquíes y hasta que se fue a la mili durmió cada noche en la misma cama que su hermano mayor, y cuando de madrugada le entraba un apretón tenía que despertar a mi abuelo o a mi abuela, que en gloria estén, para que les diera la llave del cuarto de baño de abajo, porque solo los adultos podían tenerla, y entonces, eso me cuenta cada vez que lo llamo y le digo lo bonitos que están los patios, él se ponía una pelliza, esa palabra emplea siempre, y salía al raso, afuera de la habitación y bajaba la escalera con mucho cuidado de no hacer ruido no fuera a ser que alguien se desvelara, y hacía lo que el cuerpo le reclamaba que tuviera que hacer en el mismo trono que la vecina del cuarto de pared con pared, justo a la que mi abuela alguna vez le retiró la palabra, aunque luego la perdonaba y se la devolvía, porque tenía la mala maña de dejarse sucio el fogón de al lado del pozo cuando acababa con el guiso, y era ella y no la otra la que se peleaba con la hornilla y con el estropajo para fregarlo bien todo antes de poner a cocer los garbanzos, sobre todo si ese día era víspera de domingo o de fiesta de guardar y esperaban a comer al compadre del marido, que en vez de visita parecía que llegaba para ponerle faltas a todo, con esa actitud altiva llamaba a la puerta cuando llegaba desde la plaza del Cardenal Toledo , donde vivía, y a lo mejor porque se creía mucho que era del centro aunque fuera pobre andaba con aire de posibles en cuanto cruzaba la Puerta del Rincón y alardeaba de que en su casa se organizaban mejor, que todo lo maqueaban del diez cuando la primavera asomaba y empezaba a apretar el calor, en gran parte porque tenían la suerte de que en el cuarto del fondo, que era el más grande y soleado, estaba arrendado un artesano que vendía cerámica en los pueblos y que se encargaba de los tiestos y del blanqueo junto a la viuda de la portería, la que tenía un primo que era músico de orquesta, de las que daban zarzuelas en las capitales, y que si le cuadraba con las giras se acercaba al patio cuando estaba ya en flor y se subía a una caja de madera y tocaba coplas con su violín, y las niñas bailaban y los niños le echaban monedas y los mayores aplaudían como si estuvieran en la ópera de Milán.