El Norte del Sur

Ciento volando

Si le cuadraba se acercaba al patio cuando estaba ya en flor y tocaba coplas con su violín y los vecinos le aplaudían como si estuvieran en la ópera de Milán

Una mujer pinta una maceta sobre una silla de enea en un patio de la calle Martín de Roa de Córdoba Rafael Carmona
Rafael Aguilar

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MI padre nació en una casa de la calle Mayor de Santa Marina , justo enfrente de la armería y a unos pasos de Marroquíes y hasta que se fue a la mili durmió cada noche en la misma cama que su hermano mayor, y cuando de madrugada le entraba un apretón tenía que despertar a mi abuelo o a mi abuela, que en gloria estén, para que les diera la llave del cuarto de baño de abajo, porque solo los adultos podían tenerla, y entonces, eso me cuenta cada vez que lo llamo y le digo lo bonitos que están los patios, él se ponía una pelliza, esa palabra emplea siempre, y salía al raso, afuera de la habitación y bajaba la escalera con mucho cuidado de no hacer ruido no fuera a ser que alguien se desvelara, y hacía lo que el cuerpo le reclamaba que tuviera que hacer en el mismo trono que la vecina del cuarto de pared con pared, justo a la que mi abuela alguna vez le retiró la palabra, aunque luego la perdonaba y se la devolvía, porque tenía la mala maña de dejarse sucio el fogón de al lado del pozo cuando acababa con el guiso, y era ella y no la otra la que se peleaba con la hornilla y con el estropajo para fregarlo bien todo antes de poner a cocer los garbanzos, sobre todo si ese día era víspera de domingo o de fiesta de guardar y esperaban a comer al compadre del marido, que en vez de visita parecía que llegaba para ponerle faltas a todo, con esa actitud altiva llamaba a la puerta cuando llegaba desde la plaza del Cardenal Toledo , donde vivía, y a lo mejor porque se creía mucho que era del centro aunque fuera pobre andaba con aire de posibles en cuanto cruzaba la Puerta del Rincón y alardeaba de que en su casa se organizaban mejor, que todo lo maqueaban del diez cuando la primavera asomaba y empezaba a apretar el calor, en gran parte porque tenían la suerte de que en el cuarto del fondo, que era el más grande y soleado, estaba arrendado un artesano que vendía cerámica en los pueblos y que se encargaba de los tiestos y del blanqueo junto a la viuda de la portería, la que tenía un primo que era músico de orquesta, de las que daban zarzuelas en las capitales, y que si le cuadraba con las giras se acercaba al patio cuando estaba ya en flor y se subía a una caja de madera y tocaba coplas con su violín, y las niñas bailaban y los niños le echaban monedas y los mayores aplaudían como si estuvieran en la ópera de Milán.

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