El norte del sur
Cenicientos
Hace no tanto fueron las calles vacías en plena tarde; ahora es la prisa de antes de que den las once
Una de esas cosas que no dejan de sorprenderte: hace no tanto fueron las calles vacías en plena tarde, los pájaros que se escuchaban en las zonas verdes del centro de la ciudad -en Los Patos, en Colón, en La Victoria-, el silencio casi absoluto de los motores de los coches desde primera hora de la mañana de los días laborables, ir a comprar el pan en la única salida de casa y que el patio del colegio de la esquina estuviera vacío a la hora exacta del recreo. Ahora es la prisa de antes de que den las once.
El coronavirus nos ha convertido en adolescentes que dan carreras hasta su casa mirando de reojo el reloj para llegar antes de que tu padre o tu madre te riñan porque te has pasado de la hora de recogida. Sucede cada día. Cada noche, mejor dicho. «Si quiere otra cerveza aún está a tiempo. Son las diez y veinte. Como se lo piense mucho se la va a tener que tomar en casa», escucho en la plaza de San Miguel. En Las Tendillas hay dos jóvenes haciéndose ‘selfies’ delante de una foto estupenda de la estación del AVE, una de las de la exposición de la Bienal de Fotografía: ella sonríe, él sonríe, ella lo besa, él la besa, ambos miran el reloj de la plaza, el que se quedó mudo en la última Nochevieja, y se miran sabiendo que el momento de la despedida es ése, que la noche no da para más.
En la parada de taxis de la esquina de Gran Capitán con Ronda de los Tejares se forma una pequeña cola de clientes y de urgencias: «Llame por favor a más compañeros por la radio, que como tarden mucho en llegar nos multan de camino a casa». En los bares de Diario de Córdoba las copas son la última copa , el cubata se resuelve en dos sorbos, la charla y la confesión son telegráficas. En la Puerta del Rincón, ya con la soga del toque de queda en el cuello, se encuentran dos amigos que por lo que parece llevan mucho tiempo sin verse. Amagan con un abrazo, uno de ellos cae en que no se puede, el otro le dice que por una vez tampoco va a pasar nada, que está en la luna la Policía. «Cómo te va la vida», pregunta el más joven. «Qué alegría verte. Pues ya ves. Me dejó Esther. Ahora vivo solo, en un apartamento de Doce de Octubre, por eso me has visto corriendo. Cambié de trabajo. Mi padre salió del hospital. Coincidí con Isidro en agosto y me preguntó por ti. Tú bien, ¿no?». «Mira, mejor quedamos mañana y te cuento. Pero temprano».