El Norte del Sur
Bueno, mártir
Gente como Juan Perea sigue ahí, al pie del cañón, sabedora de que su función va mucho más allá de la espiritual
HACE veinte años me encargaron un reportaje sobre el Sector Sur y el día anterior a mi visita al barrio busqué en el directorio del Obispado el teléfono del párroco, que era Juan Perea , para que me orientara y me sirviera de guía por el territorio comanche.
No sé qué ha sido de Juan, que se ganaba la vida en una imprenta que había en la plaza de la Compañía y que se encadenó a las vías del tren para pedir la demolición del Viaducto , pero recuerdo vivamente la impresión que me causó al encontrarme con él en la cafetería en la que nos habíamos citado. No lo conocía, no lo había visto nunca. Llegué a la hora acordada y entré en el bar, era un sábado por la mañana, más bien temprano.
Eché un vistazo en las mesas y me salí: solo había dos clientes dentro, desayunando, y ninguno de ellos me pareció que fuera cura. Esperé en la puerta, a ver si Juan aparecía, y al rato él, con su pinta de sindicalista o de presidente de la asociación de vecinos, salió del bar y me preguntó si yo era el periodista que le había pedido una entrevista.
Hablamos durante rato, él quejándose de que no le gustaba que la mantequilla de las tostadas se la pusieran tan congelada que no se podía untar, y encendiendo compulsivamente Ducados tras Ducados. Le pregunté cuánto fumaba al día, y me respondió que lo que le daba tiempo.
Me llevó casi de la mano por las calles más peligrosas y en cada esquina le paraba alguien: «Párroco, ¿sabe si hay algo para mi chaval?, que está en el paro y ya sabe usted que en la calle me lo van a malear» , «Juan, esta tarde o mañana voy a la misa, y a ver si me puede echar una mano con algo de comer, que en casa está la cosa que arde». Leo en el reportaje que publicó ayer este periódico que gente como Juan sigue ahí, al pie del cañón, sabedora de que su función va mucho más allá de la espiritual.
En Las Palmeras , hará también un par de décadas, vi al sacerdote del barrio cómo se le saltaban las lágrimas cuando paseábamos juntos y en un banco había tres jóvenes fumando y bebiendo cerveza a la hora en la que tendrían que estar trabajando. «El tabaco les quita el hambre», comentó el hombre. Rafael Flores, el párroco de Santa Marina durante muchos años junto a su hermano, me dijo en la sacristía el día que le pedí que me casara: «No sabes las tragedias que hay en las familias. Vienen aquí a suplicarnos que les ayudemos».