El Norte del Sur
La bodeguilla
La única manera, a lo que se ve, de tragar con el engendro clientelista de la administración paralela y de las prebendas era darse al cristal
Ya no hay duda. El poder omnímodo emborracha. Las auditorías a la Junta de Andalucía socialista han dejado al descubierto el cuartito trasero donde se hacinaban las miserias de treinta y seis largos y anchos años. Solo en un sitio en el que nunca pareció seria la amenaza de que el viento cambiara y de que empezara a soplar a la contra, y con tanta fuerza que iba a acabar con más de un naufragio, se podía mantener sin que a nadie le diera vergüenza una agencia cuyos jefes lucían la EGB como mérito máximo en su expediente académico.
La única manera, a lo que se ve, de tragar con el engendro clientelista de la administración paralela y de las prebendas era darse al cristal. Y ahora sabemos por una información publicada por este periódico que no había otro lugar para montar el chiringuito del bebercio que en Montilla . Vaya, hombre, con lo grande que es Andalucía . Esta panda perita en cargos fantasma tal vez cayó en la cuenta de que al primer Felipe González en la Moncloa le funcionó bien como operación de ‘marketing’ político aquello de reunir a los periodistas de su cuerda en una bodeguilla del palacio en las tardes dominicales en las que su talla y su imagen aún no estaban heridas por la sombra de la corrupción . Quisieron, piensa uno, emular al jefe supremo y buscaron la posada de las barricas allí donde la tierra es generosa e impar el caldo que el hombre le saca con su sudor y con su entendimiento.
El invento de tapadillo para producir y embotellar el líquido de las libaciones autonómicas no llegó a ningún sitio, porque dice la crónica que la factoría infame que ahora está en los papeles que ha azuzado el socio levantisco de Vox se usó más bien poco. Pero ahí está, como un ejemplo claro del tiempo en el que aquí nunca pasaba nada por más que pasara que una agencia pública duplicase el absentismo laboral o que destinase, como destinaba, más del 80 por ciento de su presupuesto a los honorarios de su plantilla , a algunos de cuyos miembros ni siquiera les daba trabajo.
No hay de qué extrañarse de que la élite dirigente que se creyó que nunca nadie iba a tener la valentía de levantar las alfombras buscara el amparo fresco y reparador de una bodega para reírse entre sorbo y sorbo de los pocos que le advertían de que la impunidad, como el vino barato , suele dejar malas resacas .
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