El Norte del Sur
La belleza de este mundo
Creo que nadie ha escrito mejor que García Baena del sitio en el que vivimos, al menos no lo conozco
CUANDO Carlos Castilla del Pino se bajó del tren en la vieja estación de Córdoba —la elegida— una noche de octubre de 1949 se dirigió al Hotel Cuatro Naciones, que entonces existía, y le preguntó al empleado qué tal eran las habitaciones. «Superió», le contestó al psiquiatra, que cuenta la anécdota al final de «Pretérito imperfecto» , la primera parte de sus memorias que acaban con su llegada a la ciudad. Ese capítulo de su encuentro con la Córdoba en la que pasaría el resto de sus días está encabezado por una frase de Pablo García Baena : «No había más belleza en este mundo».
E l poeta cuyo legado recupera ahora la Junta de Andalucía le dedicó al médico sanroqueño unas anotaciones con motivo de su fallecimiento en 2009 : «Es el único viajero que llega a unos andenes apenas alumbrados, donde hay mendigos y un jefe de estación somnoliento», afirma el Hijo Predilecto en un escrito que reprodujo este periódico en su edición de ayer. Paso casi a diario por la calle Parras, en la que nació García Baena , y un libro que editó Almuzara hace diez o doce años —« Córdoba », se titula— y que reúne algunos de los textos del antiguo muchacho está siempre a la vista y a mano en mi cuarto de leer. Creo que nadie ha escrito mejor que él del sitio en el que vivimos, al menos yo no lo conozco. «Hágame caso: si quiere saber qué es esta ciudad no tarde en leer a Pablo», me aconsejó hace veinte años Rafael Cantueso al término de una entrevista breve en la casa de su hermana, en El Realejo , donde se recuperaba de un problema de salud.
Salí de la redacción este sábado sabiendo del reportaje que fue portada ayer, me impresionó de nuevo la calle vacía y silenciosa donde ya regía el toque de queda y se hacía fuerte el frío. Le hice una foto a un farol y a una estera en la plaza de Las Doblas y bajé hacia Alfaros cruzando Capuchinos . Al llegar a casa busqué «Córdoba», la antología, a ver qué palabras casaban con el sugerente paseo de regreso: andaban muy cerca de los dos tomos donde Castilla del Pino da fe de lo que fue su vida. Encontré la cita de la belleza más hermosa de este mundo en las últimas páginas. Recordé que el autor me había firmado sus memorias. «Con afecto, Carlos», decía. Y añadía de su puño y letra: «22 de noviembre de 2001». Hace 19 años justos. Palabra.
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