Mario Flores - EL DEDO EN EL OJO
El rabo de Fernando
Actores como Fernando Tejero se creen el ombligo del mundo y nos miran desde la altura con ojos bizcos. Son los «intelectualoides»
Con el término «intelectualoide» vengo refiriéndome hace años a toda esa caterva de personajes que, dándose una aire gratuito de autosuficiencia y autocomplacida solvencia, se creen el ombligo del mundo y nos miran a todos desde la altura; con ojos bizcos, eso sí. Son una barahúnda de actores más o menos mediocres, filósofos de tres al cuarto, cantantes con sus insoportables y pretenciosas letras, escritores de «vanguardia» con libros imposibles hasta para ellos mismos y una cohorte de seguidores que pretenden la revolución cultural cuando ni siquiera han acometido los cimientos de ésta.
Del mismo modo en que los deportistas sobrevenidos a los cuarenta se enfundan en atuendos inverosímiles para hacer saber al mundo que son atletas de élite, así otros muchos se calzan el traje de «intelectual» para proclamar a los cuatro vientos su pretendida autoridad científica, filosófica o artística muy por encima de la del común de los mortales. Lo hacen de una manera parecida a la que emplean los adolescentes cuando exageran sus posiciones ante el mundo con sobreactuado gesto: comparten los intelectualoides con la muchachada la necesidad de reafirmarse y adquirir el reconocimiento ajeno.
Pues en esas está nuestro paisano Fernando Tejero, «intelectualoide» actor cordobés que ha recomendado esta semana «comerle el rabo» a todos aquellos que cuestionen su calidad de intelectual y que afeen su radicalizada adscripción a la conjunción de IU-Podemos. Que digo yo, en defensa de tan conspicuo y egregio ciudadano, que como es oriundo de Córdoba estaría pensando en invitar a comer rabo de toro que tan rico nos sale por estas tierras.
En todo caso, y ya que de un intelectual (intelectualoide) se trata, me dirigiré a vuecencia en un lenguaje que sabrá entender perfectamente dada su calidad elevada.
Querría decirle, señor Tejero, «que su denodada avilantez con forma de balandronada le ha hecho quedar como un balduendo al dar usted muestras de capitidisminuido caletre. Y no es que sea yo gazmoño sino que su heteróclita intelección le hace infatuar de su diletante vesania sin reparar en su protervidad y vesania que tanto le aleja de la morigeración. Debiera abandonar su rijosidad, estolidez y ludibria en pos de pulir su temple hirsuto y su zaragatera pulsión. No espero de usted que cohoneste siquiera una debida compunción porque incurriría en una mayor inverecundia que la perpetrada, pero sí le sugiero que al menos evite el uso de mefíticas cavilaciones que le conviertan en un esférico mamerto que solo persigue el bochinche y la batahola de la bandería».
(Disculpen ustedes la anterior parrafada: hablábamos entre intelectuales).
Sigue mi consejo, Fernando; creo que le sacarás provecho. Y si no te estimula considerar mi opinión bien me parece que nos vayamos los dos a comer rabo... Rabo de toro de nuestra Córdoba. Invito yo, campeón.