Francisco Poyato - PRETÉRITO IMPERFECTO

Rabanales 21

¿Qué estamos salvando? ¿Una coartada política? ¿Una bolsa de activos inmobiliarios tóxicos? ¿O un semillero innovador...?

Instalaciones del parque tecnológico Rabanales 21 VALERIO MERINO

El parque tecnológico Rabanales 21 ha sido otro de los pecados capitales de la reciente Córdoba. Otro de los hitos de Maquetópolis (Palacio del Sur, recintos feriales, jardines colgantes y sonantes,...). Nacido en la fanfarria mesiánica y soberbia de la Junta de Andalucía . Caballo grande, anda o no ande. La imparable tierra de los caprichos sembrados de jaramagos. Presunta tecnología cabalgando a lomos de la burbuja inmobiliaria. Innovación inoculada en ladrillo. El faro cegador de la Universidad y el emblema de una época en la que a los perros se les ataba con longanizas. Nadie puso rumbo al desmán ni a la medida. La teoría hilvanó la epopeya del I+D+i expandida por toda la geografía andaluza. Lo que en algunos lugares surgió como una necesidad de reflotar un equipamiento e inversión ajena (la Expo’92 y la Isla de la Cartuja), y en otros se planteó con un sesgo más estratégico (Málaga y las etiquetas de Silicon Valley ), en el resto alcanzó la categoría de cuota territorial, una clave en la que aún se mueve el PSOE a la hora de articular el poder en todas sus caras y manifestaciones. Igual para componer el Consejo de Gobierno que para repartir equipamientos con más o menos criterio y justicia. Lo cierto es que no se podía ser nadie en Andalucía si no se disponía de un parque tecnológico. Del envase, porque el contenido iría llegando. o, al menos, ése era el señuelo.

Hemos asistido en las últimas fechas al intento agónico de reflotar a un cadáver de cuyo cuerpo verdadero poco cabe ya esperar. Y aunque se le han practicado todo tipo de protocolos de reanimación, su metabolismo no responde a los estímulos por los que fue generado, y por el que han salido en estos años más de 30 millones de euros de las arcas públicas. Aunque Rabanales 21 logre dos años más de oxígeno con un plan de viabilidad y una ampliación de capital metidos con calzador y arrastrando muchas dudas jurídicas, la pregunta es: ¿Qué estamos salvando? ¿Una bolsa de activos inmobiliarios tóxicos (suelo) de difícil encaje en el mercado? ¿Las deudas pendientes de las Administraciones copartícipes? ¿La losa que puede arrastrar al semillero de emprendimiento digital o biotecnológico que sí ha logrado abrirse paso con éxito...? ¿La coartada política de quien atesora racanería propositiva y pobreza de gestión...? ¿Las responsabilidades personales y sus derivadas? ¿O es que, con los pies en el suelo, a dos entidades financieras como Caixabank y CajaSur , que ostentan el 46 por ciento de las acciones, se les ocurriría en el contexto actual tomar otra vez este caramelo envenenado...?

La perversidad de esta operación en la que no faltan buenas voluntades y trabajo excelente, obviamente, es que para poder seguir adelante con un semillero innovador muy prometedor hay que seguir tirando de una pesada piedra atada al cuello. Un invernadero de talento que hubiese cabido en cualquiera de los parques empresariales que ya hay en Córdoba, o incluso en el vasto suelo que todavía tiene la Universidad en su campus de Rabanales -o véase también el ejemplo del Instituto de Biomedicina Maimónides junto al Reina Sofía-, con mucho menos dinero y una perspectiva más racional: empezar desde abajo y no desde lo fastuoso. Un prisma en las antípodas del rigorismo universitario, curiosamente. Mientras la precariedad laboral de los investigadores sigue anidando y creciendo en los laboratorios, salvamos un fiambre del pelotazo político-inmobiliario para poder seguir alimentando las expectativas de esa investigación famélica o los nuevos talentos, para los que, dicho sea de paso, el territorio no es ya la base de sus logros.

Íbamos a fabricar relojes de oro, calmantes hípervitaminados, ladrillos tridimensionales, hospitales siderales, leches e ibéricos 3.0..., pero, al final, nos quedamos cultivando malvas.

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