Pretérito Imperfecto
Quince minutos
Habrá que reconfigurar los sentidos en estos Patios de otoño, refugio de vitalidad, remanso de paz y vacuna de quince minutos
No hay mayor sacrilegio que visitar un patio de Córdoba con mascarilla . Octubre resulta ser, en realidad, el epílogo de nuestro verano aletargado, y la fuerza floral de estos paraísos en miniatura resiste a la flama, los primeros fríos y el prólogo de la caducidad. La pandemia coarta hasta la experiencia única de cerrar los ojos y dejar que la naturaleza entre por las fosas nasales hasta el fondo del alma durante un instante interminable. Habrá que reconfigurar los sentidos en una fiesta que se convierte este otoño en un refugio de vitalidad frente a tanta tristeza. En un leve remanso de paz. En un paréntesis de calma. En una vacuna de quince minutos. Habrá pues que oler con los ojos, mirar con las manos, escuchar en silencio y tragarse las palabras de asombro, echar al fondo del pozo los piropos, o restregar en el lavadero la reposada conversación que nos hubiera ayudado a entender la matemática floral en el tapiz de los tiestos. Patios con mascarilla. Visitas exprés , sensaciones por entregas y vigilantes en el cielo. Drones como abejorros impúdicos en la distancia corta. Quince minutos sólo. Ocasiones contadas. Aforo limitado. Y ellas ahí, tan expectantes como nosotros, por un encuentro tan ansiado como extraño. Jazmines y bungavillas, geranios y claveles. Los últimos nardos y las rosas constantes. Pilistras y limoneros. Escapar durante quince minutos del mundo entero.
Elogio para quienes han decidido abrir la humanidad de sus casas por quince minutos de refugio. Incansable generosidad la suya. Dar de comer al hambriento de espíritu. Y al Ayuntamiento de Córdoba por haber puesto toda la carne en el asador en un símbolo de resistencia sensata a quedarnos quietos. Curiosamente, podemos estar ante la edición de la Fiesta de los Patios más cordobesa posible. Hace años que muchos damos por amortizado, en gran medida, el tiempo de mayo en que las colas y los turistas abarrotan San Basilio o Santa Marina y no ha lugar para aquel entonces en el que uno podía perderse por las entrañas de esta ciudad de patio en patio, de fonda en barra, de mesa y mantel a noche cerrada. Donde quedaba atrapado a las primeras de cambio de una ruta imposible por el afecto de una dulce señora narradora de sus sueños o por las historias de un viejo pícaro sentado en la mecedora vigía. Aquel entonces saltó por los aires el día que bebieron los vientos de la universalidad patrimonial, trayendo consigo a miles y miles de visitantes, que por otro lado han labrado oportunidades y actividad económica que ahora se añora.
Bien merece la pena, pues, buscar un cuarto de hora recurrente en cada posta de alegría y color y evadir el pesimismo que nos confina en la incertidumbre con la misma mesura con la que buscamos rendijas de ocio responsable. Volver a nuestros patios, como volver a recuperar la vieja Córdoba que hoy languidece en la soledad más infame e ingrata . Como si la ciudad se hubiera desgajado por una isla apestada donde vagan los espectros de sus ordinales habitantes junto a unas cuantas ovejas descarriadas y lugareños que no dan crédito. Hora sería de volver a mirar a esa parte de la ciudad que también es nuestra por más que pensemos que sigue arrendada.
Quince minutos para reconfortarnos y coger aliento para lo que queda. Ni uno más, ni uno menos. Lo bueno y breve, dos veces bueno... y breve . Quince minutos para saludarnos, desearnos lo mejor y hasta llevarnos un trago puesto. Los selfies para otro año, observar como nunca lo hicimos, ensanchar la retina y almidonar la memoria, por si algún día despertamos.