Francisco J. Poyato - PRETÉRITO IMPERFECTO

El puñetazo

A diario se le pega a docentes, sanitarios, agentes de seguridad, políticos... y aquí, no pasa nada

Aquel hombre de 57 años obtuvo un «no» por respuesta tras muchos encuentros en los que el reclamo era persistente. Le había pedido un trabajo al conceja l, y éste le dijo que era imposible en esos momentos. Aquélla fue la última vez. Lo cogió por el cuello, y le propinó un fuerte empujó n hasta que lo tiró al suelo, donde continuó golpeándole hasta que un agente de la Policía Local intervino. Este individuo aceptó hace pocas fechas un año y medio de prisión , donde no ingresará, obviamente. Tendrá que abonar 630 euros de multa por su gesta. La víctima, un edil del Ayuntamiento de Hornachuelos , provincia de Córdoba. Verano del año 2013.

El puñetazo a Rajoy es una cruda metáfora de los tiempos que vivimos. Es la constatación de una serie de indicios que se vienen repitiendo en muchas parcelas de la sociedad sin que nadie ponga de verdad pie en pared. Algunos pasan el camuflaje de la benevolencia malintencionada. Otros son jaleados por los cenutrios de las redes sociales . Los hay que se adormecen en la hiriente letra de la norma y el acomplejamiento de legisladores y kamikazes de moral hueca. Y otros, son simplemente silenciados en la más miserable de las actitudes. O en ese metalenguaje bobo de equidistancias y manual de lo políticamente correcto. Y, entre tanto despertamos, el monstruo crece sigilosamente sin parada en su iracundo avance.

El puñetazo a Rajoy —¿qué hubiera pasado si ese golpe lo hubiera recibido un líder de algún partido de izquierdas a estas alturas y el «figura» del agresor fuese de extrema derecha en lugar de extrema izquierda...?— es un mamporro a todos . A nuestras conciencias, a nuestra desidia, a nuestras responsabilidades como padres o hijos, a nuestro sistema carcomido que busca quemarse a lo bonzo para hallar en las cenizas un armazón para salvarse. La nueva sociedad (?) y el rol que en ella estamos dispuestos a asumir es lo que de verdad está en juego. La base de la convivencia y el respeto .

A diario, se le pega a los docentes, se le insulta y agrede a los médicos o enfermeros, se humilla a los agentes de las Fuerzas de Seguridad que nos protegen o se amenaza y vilipendia a políticos de todo signo que no cuentan con ninguna mancha en su currículum metidos en el mismo saco de los que son corruptos y delincuentes... Y aquí, no pasa nada. La ley o las normas no son un factor que obligue . Es un producto más de consumo que se tira o se adopta según gustos y estados. Es más, su transgresión se legitima como nueva herramienta de comportamiento ante el duro trance de la crisis —la clase dirigente no ha hecho mucho por evitar esta lectura—. Del diálogo al escrache. Del «no, a veces» al «sí, a todo». Se habla del agresor de Pontevedra como una «víctima» del sistema. En el seno de una familia burguesa , que podría ser la de cualquiera de nosotros, y que en una noche de agitación y delirante «heroicidad 2.0» aniquila la educación que pudo recibir de sus progenitores y los valores en los que, no me cabe duda, intentaron que creciera.

Hubo quien pensó que la mejor manera de recuperar el terreno perdido entre la clase política y los votantes-espectadores de este país era echarse a la calle y a los platós de televisión para zanjar distancias y conquistar la confianza destronada. La campaña electoral acabó convertida en « El Show de Truman », una gigantesca maquinaria de irrealidad que supera ya los límites y excentricidades que toda pugna política con urnas de por medio admite. Incluso el mejor guión. Y es esa ficción, esa sensación de falso triunfo y descarnado engaño , la que se viene adueñando del entramado social con la violencia como único lenguaje. No es la chispa de la batalla electoral y política , más bien ésta es la guinda al pastel que se lleva cocinando a fuego lento desde hace mucho más tiempo.

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