José Javier Amorós - Pasar el rato
La puerta y el patrimonio
Una señora de Burgos ya sabe cómo tienen que organizar los cordobeses sus procesiones
En España hay cerca de 400 ciudades con más de 20.000 habitantes. Sólo 15 han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Las otras, ¿de quién son patrimonio? ¿De la familia Pujol?
Si la ciudad de Córdoba no hubiera sido declarada Patrimonio de la Humanidad en 1984, los cordobeses vivirían en cuevas, frecuentemente inundadas por un Guadalquivir bronco y salido de madre. Comerían de lo que cazaran, y cubrirían con pieles de animales sus esplendorosas vergüenzas. No conocerían más luz que la luz del sol, y su esperanza de vida llegaría, con mucha dificultad, a los treinta años. El tiempo imprescindible para reproducirse y confiar en que generaciones más afortunadas dieran a la historia de las ideas políticas de Occidente a la consejera Aguilar, si eso no pareciera un objetivo inalcanzable. Y la Mezquita-Catedral, convertida en un solar lleno de piedras, donde las lagartijas tomarían el violento sol del verano cordobés. Gracias a la Unesco, se ha evitado la catástrofe. Si somos justos y valoramos adecuadamente el don maravilloso del PH, convendremos en que la historia moderna de Córdoba empieza en 1984. Véase, si no, lo que le sucede a una ciudad como Pamplona, hoy bajo dominio abertzale. Al no pertenecer a la humanidad, y ser patrimonio de particulares, está condenada a vagar por el anonimato de la incultura, sin japoneses en sus calles, sin comercio floreciente, sin industria, sin monumentos, sin antepasados, sin agua corriente ni luz eléctrica en sus cuevas. Como Soria, como León, como Barcelona. Si a Barcelona le hubiesen medido el PH a tiempo, Artur Mas sería hoy el conserje de Icomos, en vez de estar a punto de serlo de la Generalitat. Y se habrían evitado muchas situaciones enojosas.
A uno le parece que la Unesco se sobrevalora, lo que es comprensible teniendo en cuenta que de 1987 a 1999 la dirigió Federico Mayor Zaragoza. Ella no representa a la humanidad, y no está autorizada a repartir títulos y hacer declaraciones en su nombre.
Desde que Córdoba tiene PH, ha trascendido su propia historia, y ahora no debe rendir cuentas a los cordobeses, sino a la humanidad; que nadie sabe cuándo se reúne, quién la representa y dónde tiene su domicilio social. Mientras lo averiguamos, la sustituye una señora de Burgos, una intelectual de aspecto satisfecho y resuelto, como el de quien acaba de firmar un informe con el televisor encendido. Ella sabe cómo tienen que organizar los cordobeses sus procesiones de Semana Santa, que lo venían haciendo mal y en contra de la humanidad, y por qué zonas es conveniente que se abstengan de pasear en grupo, para no dañar los inmuebles de la humanidad. La Unesco no permite ni abrir la puerta de la calle sin un informe previo. Aunque abrir la puerta no estropee el patrimonio. Mejor están en Pamplona.
Antes de que la Unesco fuera la Unesco y la señora de Burgos fuera la señora de Burgos, ya sabían los japoneses y los chinos situar Córdoba en el mapa. Y los japoneses y los chinos son la medida de todos los turistas. Y la Mezquita-Catedral estaba cuidada, conservada y visitada. Y los costaleros, siempre respetuosos, no lanzaban los pasos contra las obras de arte, con el propósito de pillar debajo a la humanidad. ¿La Unesco? ¿Y qué coño es la Unesco, don Jordi?