José Javier Amorós - Pasar el rato
El público
Al contrario de la obra de arte, el poder no va a la gente sino que viene de ella
AGOSTO es el mes del olvido . «El mar, el mar, y no pensar en nada», se recetaba Manuel Machado para su dolorido vivir. Pero este año, agosto ha roto la tregua . Los políticos nos han mantenido vivos los malos sentimientos, con los que se hace la buena literatura. ¿No podríamos, al menos hoy, en este último artículo de agosto, descansar de esos inútiles engreídos a los que dedicamos excesiva atención durante el curso? Volvamos al mar y escribamos hoy de otra cosa. Con la misma mala intención, pero de otra cosa.
Leí en Oscar Wilde que cuando el artista crea no piensa en el público, sino en la obra; se concentra en el acto de crear, que oscurece todo lo que hay a su alrededor. Tampoco mi admirado Albert Camus se sustrae a la tentación del desapego en el arte, escribir a cambio de nada, por el valor de lo escrito. Y aseguró que él no buscaba fama ni reconocimiento con sus libros. No creo en esas observaciones de tan grandes maestros, de quienes sigo aprendiendo. Son pensamientos sublimes, que subliman el trabajo del artista, algo así como el «acto gratuito» de Gide , el arte gratuito. Pero si el artista no tiene en cuenta al público, ¿para qué crea, dónde está el sentido de lo creado? Dios es el creador por antonomasia, el único creador, pues Él lo hizo todo de la nada. Y no obstante su omnipotencia, necesitó crear al hombre para dar sentido al Universo, que en el relato bíblico, había hecho previamente. El hombre es el público de Dios, que no sólo usa y admira la obra de arte que es el mundo, sino que rinde homenaje a la grandeza de su creador. Sin el hombre, el mundo no es nada, y Dios no lo habría creado. ¿Para qué? El artista no es independiente del espectador, pues la obra de arte encuentra justificación porque hay un público potencial al que se dirige. Todo lo que hacemos tiene que ver con la vanidad. Se crea para los otros, pensando en los otros, pero no por un acto de generosidad, sino de egoísmo. Para que nos admiren, para que nos recuerden, para que nos nombren, para que nos quieran, para que aprendan, para que cambien, para educarlos, para hacerlos a nuestra imagen y semejanza. «Me gusta», «muchas gracias por su gran trabajo» o «lo ha hecho usted muy bien» son fórmulas de reconocimiento que espera, como una propina, lo mismo el trabajador manual que el intelectual.
El famoso escritor deja sus apellidos, no hay creadores anónimos. Excepcionalmente, uno o dos libros memorables. Y memorables no para todos. Si hay arte porque hay público, el público tiene tanto protagonismo como el artista en la acción creadora. El público es un recreador del arte . Él es quien justifica al artista , quien le hace un favor leyéndolo, ya que hay tantos y de parecido nivel, que tanto da. ¿Quién decide lo que debe gustarle a cada uno? La crítica, las tertulias, la Universidad, los supermercados. Ya es hora de que cada uno eduque su gusto como mejor le parezca.
Al contrario que la obra de arte, el poder no va al público , viene de él . Después, una vez acordado, prescinde de su creador, lo que no sucede en el arte. El poder no es arte y pudre el alma . El arte la cura. Ya está aquí septiembre . La política volverá a llenarlo todo . Mañana levita Pablo Iglesias en el Congreso. La irresistible atracción de la vulgaridad.