REPORTAJE
La prostitución en los pisos de Córdoba contada por sus protagonistas
«Me metí en esto por casualidad y ahora no sé cómo salir ni si quiero salir», afirma una de las entrevistadas por ABC
ELLA cuenta su historia en el tiempo que tarda en consumirse su cigarrillo sentada en un velador de la plaza de Jerónimo Páez. «Yo llegué a esto de casualidad, sin quererlo ni buscarlo: y ahora no sé muy bien cómo salir ni tampoco sé muy bien si quiero salir...», explica M. al prender su primera ración de nicotina matinal para que le ayude a olvidar, quizás, las penurias de su forma de ganarse la vida y sobre la que la Fiscalía de Córdoba acaba de advertir en un informe de que se trata de una actividad en alza en pisos de la capital. La ficha de esta mujer aún joven es la siguiente: a un par de años de alcanzar la treintena estudia un grado intermedio en la universidad desde hace un lustro largo, cuando se trasladó a Córdoba desde su localidad natal de la campiña.
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Si La Calabresa es perro viejo en el oficio, V. acaba de desembarcar en él. De nacionalidad rumana y con apenas veinticinco años, acepta relatar su historia a través del otro lado del hilo telefónico y con la condición de que su nombre quede oculto. «Somos tres chicas con casa en las afueras, en una finca en el campo. A veces nos mueven, los jefes traen a unas nuevas y a otras las cambian de sitio. Dicen que así funciona mejor el mercado, que los clientes se animan», detalla ella, que llegó a España por las referencias de una amiga.
M., la chica de menos de treinta años de la campiña que entró en el negocio de las pasiones carnales a tanto la hora por la influencia de su casera, aplasta su cigarrillo en el empedrado de la plaza de Jerónimo Páez y se despide con un gesto seco: «A veces no haces con tu vida lo que debes ni lo que quieres sino lo que puedes. Es triste verme como me veo pero yo no lo elegí. Puedes estar seguro».