Pretérito imperfecto

La sombra real

Aciertos y errores se testan en el barro. En las Tres Mil Viviendas, una fábrica con ERTE o en un hospital de campaña

Los Reyes, en Córdoba Valerio Merino
Francisco Poyato

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La sombra de Felipe VI se le hace cada vez más alargada a Pedro Sánchez. Empecinado en achicar su papel, recortar su agenda y atenuar la proyección de la imagen del Rey, ha encontrado los mejores aliados posibles en su Ejecutivo y fuera de éste, muñidores del trabajo sucio que ansía horadar la base y el pilar fundamental de un sistema en el que no creen y del que se aprovechan, claro. Desde mucho tiempo ha que nos anunciaron su destrozo y no hay día que pase en que esa misión antisistémica disponga de hueco en sus derroteros. Como la aritmética parlamentaria necesaria les impide la voladura controlada de la Constitución, el objetivo se cierne sobre un caldo de cultivo que prepara el escenario político y social indispensable para la decisión irremediable: la reforma y/o derogación de la Carta Magna que ha propiciado la etapa de mayor prosperidad de nuestro país en muchos siglos de historia. Por la vía de los hechos consumados, mientras la megalomanía del gobernante gira su cuello desafiando a la física y biología hacia el lugar que le asegure su perpetuidad en el poder amoral que se mide en su espejo.

La gira autonómica de los Reyes, con parada en Córdoba este lunes para dar respaldo a nuestra fiesta emblemática y escaparate turístico por antonomasia, es el penúltimo ejemplo de cómo esa sombra se ensancha y alarga aún más, aunque el adalid de Moncloa estime que se trate de una agenda alejada del primer nivel y de su propia orilla presidencialista, sumida en una escafranda indignante frente a la tozudez de una pandemia y su gestión que han dejado la inhumana secuencia de trapichear con las muertes de miles de personas.

En los seis años de su reinado, don Felipe ha alcanzado ya la mejor imagen que la Monarquía ha tenido en España desde su restauración -aunque también para eso el esbirro demoscópico de Tezanos cocina para su señor-. La mayoría de los españoles destaca su papel en la defensa de la unidad de España que entronca con la neutralidad política y su rol de moderación entre grupos justo en los momentos en que nuestra democracia vive el mayor bloqueo entre partidos y donde todas ellas han guardado bajo siete llaves el pacto y el diálogo como herramienta indispensable mientras las estrategias apuntan al enconamiento, el extremismo y los mimbres de ese caldo de cultivo propiciatorio para blasonar el rupturismo. En ese permanente tablero de mezquinos, revolucionarios con palacete y sediciosos que además no perdonan la irrupción del Rey en el octubre negro de Cataluña con el momento más crítico en los últimos 37 años, la defensa de la estabilidad institucional ha sido otro de los emblemas del monarca. A la par, ha seguido dando pasos en la modernización de la Corona con medidas que atañen muy directamente incluso a su padre y no ha dejado en ningún momento de ser uno de las mejores marcas-país que tenemos con su inmejorable labor de proyección de la imagen de España.

Durante los cien días de estado de alarma , Sánchez ha obivado pisar la realidad y la calle para encontrarse de cara con el espejo de su gestión y su manera de hacer política. Con cacerolas, aplausos, reproches o halagos. La realidad. El presidente prefirió la telepredicación, el muro mediático de contención, la fábrica compulsiva de ingeniería comunicativa y embustes de su Merlin y la alianza política a cualquier precio con quienes nos odian y enaltecen el terrorismo como coartada para ahondar en la política de trinchera en la que justificarse. Los aciertos y errores se testan en el barro. En las Tres Mil Viviendas, en un patio, en una fábrica con ERTE, en un hospital de campaña, en una morgue o en la cola de Cáritas.

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