PUERTA GIRATORIA

Precaridad controlada

Dice la alcaldesa que el año que viene cambiará la remuneración de los controladores de Patios. Será año electoral, todo es posible

Macetas en la calle Martín de Roa VALERIO MERINO
Natividad Gavira

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La precariedad de muchos puestos de trabajo tiene un componente seductivo sobre quien la padece, en justa correspondencia a quien la proporciona, aunque se sepa su ruindad. Un síndrome de Estocolmo más o menos acusado que inmoviliza. Eso explica cómo parte de la juventud ha sublimado su situación laboral precaria para entenderla como una contraprestación necesaria para su desarrollo profesional. En la órbita del trabajo juvenil hace algún tiempo que el salario está apartado en una contemplación distinta, ya sea por menesteroso e inexplicable o porque el interesado sabe que se acabaría quedando solo en sus reivindicaciones. La precariedad laboral en la juventud se supera con cierta dosis de irrealidad y de ilusión, pocas cargas familiares y algo de inconsciencia.

A los controladores de patios nadie los engañó. Ni empresa contratante, ni ayuntamiento, pero trabajar siete horas por treinta y cinco euros haciendo uso de habilidades idiomáticas, sociales y demás exigencias del contrato no es un problema de veracidad, sino de moral y de decencia de quienes son capaces de poner al servicio de la causa de los patios todos los recursos ante la Unesco y éstos acaben siendo Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, y no atienden los mandatos mínimos de remuneración para quienes son agentes eficaces de la celebración. Los controladores de patios aceptan sus condiciones porque anteponen la ganancia de la experiencia, pero eso no exime a los responsables de sus pagos de ofrecer una posición mercantilista del trabajo que realizan, en busca de dividendos. Hay precariedades consentidas por la ley. Dice la alcaldesa que el año que viene se cambiará la remuneración de los controladores. Será año electoral, cualquier cosa es posible.

Mientras, los propietarios de los patios se siguen desprendiendo de su tiempo por el amor a sus tradiciones, por el solo placer de sentirse hospitalarios y generosos, por haber cuidado durante un año sus flores y plantas y compartir el fruto de sus colores. Algunos distorsionan este clima de donación sin retorno que significa abrir un patio: se retratan con la emisión de exiguas nóminas.

Cuando se acepta convivir con la precariedad parece que no se renuncia a nada. Ganamos con la práctica, porque para la juventud el tiempo es una dimensión elástica, inacabable en su horizonte. Después descubres que de tus ganas de aprender y sumarte a la pasarela de los visibles para el mercado laboral otros salen muy favorecidos, tantos como los que componemos esta ciudad que vive del sector servicio.

Del trato, de la explicación y de la fluidez del idioma que los controladores de patios ofrecen depende nuestra imagen externa, a la módica cantidad de cinco euros la hora. De su influencia positiva podrían abastecerse varias generaciones de taberneros. La precariedad puede ser legal y aceptada, pero aceptemos nosotros que de un trabajo precario depende nuestra imagen exterior, tan costeada para otros casos.

Precaridad controlada

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