Cultura
El Prado itinerante en la Mezquita-Catedral de Córdoba
El monumento muestra desde hace más de un siglo 13 obras procedentes de los fondos de la pinacoteca madrileña, todos ellos de temática religiosa
El Museo del Prado , que ahora cumple 200 años, también se esconde en los silencios misteriosos de la siempre sorprendente Mezquita-Catedral de Córdoba . Y no lo hace desde fecha reciente, sino desde hace muchas décadas. Tal presencia se logra gracias a trece lienzos de temática religiosa y de diversa autoría, que se encuentran repartidos por diferentes capillas y estancias del recinto, tanto abiertas al público como cerradas al turista. Queda en ellas el aroma de esas viejas pinturas eclesiales de los siglos XVII y XVIII con las que se quedó el Estado español tras la desamortización de Mendizábal y que acabarían conformando el hoy extinto Museo de la Trinidad, que estaba situado en Madrid y en la que hoy se conoce como plaza de Jacinto Benavente.
Finalmente todas esas obras acabarían integrándose en el Museo del Prado , aunque muchas, ante la imposibilidad de poder ser expuestas en la pinacoteca, acabarían siendo cedidas a otras instituciones para formar lo que se conoce como el Prado Disperso o Itinerante.
La historia de estos lienzos y de su vínculo con Córdoba parte del verano de 1896, cuando el por entonces canónigo magistral del Cabildo catedralicio Manuel González y Francés las reclamó con el fin de que le ayudasen a decorar varios vanos del crucero que habían sido cegados como medida de seguridad tras el terrible terremoto de Lisboa. El asunto lo estudió el Ministerio de Fomento , que en octubre de este mismo año aprobó la cesión de 19 obras del Museo Nacional de Escultura y Pintura, que era como se conocía entonces al Museo del Prado. Los lienzos llegaron a Córdoba por transporte férreo y, tras un proceso de restauración, fueron finalmente expuestos.
Hoy siguen allí 13 de las 19 pinturas, pues el Prado reclamó en 2011 la devolución de seis de ellas, obras del pintor florentino del Siglo de Oro Vicente Carducho y que habían sido pintadas originalmente para la Real Cartuja de Santa María del Paular.
Se trata de un edificio religioso situado en el madrileño Valle del Lozoya y en cuya construcción también participó el arquitecto cordobés José Hurtado Izquierdo.
Sobre las obras que quedan aún en la Mezquita , el Cabildo Catedral de Córdoba ha realizado hace escasas fechas un pequeño tríptico en el que propone un paseo por ellas. Se inicia el mismo con un espectacular «San Guillermo de Antioquia», una obra de enormes dimensiones que se puede ver en la Capilla de San Agustín y Santa Eulalia de Mérida. Se trata de una pieza del pintor toledano del Renacimiento Luis de Carvajal, muy ligado a El Escorial y a la familia real. El lienzo está en perfecto estado tras una reciente restauración, un proceso que corre a cargo del propio Cabildo Catedral pues ese es uno de los compromisos que se adquieren con la cesión.
Otras obras de mérito de entre las 13 que hay pertenecen a otros pintores de cierta relevancia como el religioso barroco Fray Agustín Leonardo de Argensola o el gran retratista vallisoletano Juan Pantoja de la Cruz, pintor de cámara de Felipe II y Felipe III. Del primero, que además de artista era sacerdote mercedario, está en la Mezquita un cuadro ligado con su propia congregación que retrata el pleito entre religiosos y caballeros de la orden de la Merced, una obra que en su origen estuvo expuesta en el Convento de la Merced de Madrid. En cuanto a Pantoja de la Cruz, su representación en el edificio no está ligada a uno de sus famosos retratos cortesanos sino a una obra que representa la aparición de Santa Leocadia a San Ildefonso. Lo que ahí se recrea es la aparición de la santa, muerta en martirio en el año 304 bajo el mandato imperial de Domiciano, al arzobispo de Toledo, ciudad de la que es patrona y a la que se supone que debió estar ligado este cuadro en su origen.
Anónimos
El grueso de este fondo del Prado carece sin embargo de autoría, ya que se trata de obras sin firma. Así ocurre por ejemplo con una «Virgen de la Oliva» que está junto a la Capilla de San Estebán y San Bartolomé y de la que solo se sabe que es de la escuela italiana y del primer tercio del siglo XVII. También con un dramático «Cristo con la Cruz a cuestas» , que es de esa misma etapa y que está situado en las escalinatas del Archivo Capitular; o sea, en las estancias privadas de la Mezquita y muy cerca de viejos libros e historiados legajos.
También se puede ver en dicho emplazamiento un «Taller de Nazaret», del XVII y anónimo, que muestra la escena de Jesucristo niño jugando en el taller de su padre, San José, y en presencia de la Virgen María . La colección se completa con otras obras de ese mismo periodo como una «Judith» de autor anónimo, de otra Santa Oliva, de un «Santo Tomás de Villanueva» repartiendo limosna o de un «Cristo camino del calvario», todas sin autoría.
La colección se completa por último con dos obras mucho más recientes, ambas del siglo XIX y que se encuentran en la Capilla de la Conversión de San Pablo. La primera de ellas muestra la «Resurrección de la hija de Jairo» , mientras que la segunda muestra a Jesucristo en el momento de la resurrección de Lázaro. Es obra el primero de estos lienzos de Benito Sáez García, un artista riojano que contó con el favor de Fernando VII. Se formó Sáez García junto a sus hermanos, también pintores, en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando , a cuyo concurso se presentó precisamente con esta obra que está hoy ubicada en la Mezquita y que está considerada como lo mejor de su producción por el propio Museo del Prado.
En cuanto a la «Resurrección de Lázaro» , su autor es el aragonés Juan García Martínez, especializado en pintura historicista.
Al igual que en el caso anterior, esta obra procede de los concursos nacionales que se celebraron durante todo el siglo XIX y al que García Martínez, que era alumno de Federico Madrazo, envió esta pintura que realizó mientras vivía en París con el fin de que le concediesen una beca para concluir su formación en Roma.
Otras obras
La presencia de estas obras del Prado en la Mezquita no es sin embargo la única que hay en la ciudad, pues también otras instituciones que se han beneficiado a lo largo de los años de los fondos del Museo del Prado. Las historiadoras Mercedes Orihuela Maeso y Elena Cenalmor compilaron en el año 2002 en una publicación de la propia pinacoteca el conjunto de piezas que había cedidas en Córdoba y en las que destacaba entonces la magnífica escultura original sobre Nerón y Séneca del zamorano Eduardo Barrón. Esta pieza estuvo en el hall del Ayuntamiento de Córdoba hasta el año 2007, cuando el Museo del Prado la reclamó y la volvió a ceder al Museo dedicado a Barrón que hay en su ciudad natal.
Además de esa escultura, que ha quedado reproducida en forja en el Pretorio, en el estudio de Orihuela y Cenalmor aparecen dos bustos femeninos anónimos ubicados en el Alcázar de los Reyes Cristianos o un retrato de Carlos V que es copia del que le hiciese Tiziano y que aparece como cedido al Instituto Séneca. La Diputación, el Arqueológico o la Universidad son otros de los organismos cordobeses que tienen en su poder piezas del Museo del Prado y que por ello forman parte del Prado Disperso, una especie de laberinto infinito del arte español en el que Córdoba está como se ve bien representada.