PASAR EL RATO
Un poquito embarazada
Habrá que ir pensando en un sistema público de pensiones para niños, por si ayuda a las madres a alumbrar cifras redondas
En contra de la medicina y de la lógica, la mujer moderna puede estar un poquito embarazada, nada más. En ese estado de miniesperanza, lo que da a luz no es un hijo, sino una encuesta. Según el Instituto Nacional de Estadístic a, la tasa de fecundidad de las mujeres españolas es de 1,31 hijos por mujer . Sostener que ese 0,31 es el que permite explicar la presencia del señor Torra al frente de la Generalidad de Cataluña sería demasiado fácil. Vulgar. No es así como se derriba una monarquía. La estadística -de la que uno lo ignora todo, como de casi todo, y por eso puede opinar con desenvoltura- es un estudio reducido al esplendor de las fracciones.
Los resultados del INE se refieren al año 2017. En el 2016, las mujeres españolas tenían de media 1,28 hijos. Y entonces no estaba Torra. Tanta minuciosidad, tanta precisión en el miniembarazo le quita poesía a un acontecimiento tan hermoso y tan antiguo. Y le quita entendimiento. Para compensar, el número de muertos no lleva decimales. Y mueren muchos más de los que nacen, según las encuestas. Caminamos hacia unos mundiales de fútbol para artríticos, si es que los de ahora no lo son.
Al escalafón se le han endurecido las arterias, y las risas de los niños empiezan a quedarse tan antiguas como la televisión en blanco y negro. Los viejos también reímos, claro, pero entre toses y estertores. No es tan ameno. Habrá que ir pensando en un sistema público de pensiones para niños, por si eso ayuda a las madres a alumbrar cifras redondas: dos, tres, cuatro. Lo de toda la vida. Para ir rellenando los huecos que deja lo de toda la muerte.
La deudora hipotecaria segunda de Podemos ha concebido por obra del deudor hipotecario primero, y pronto traerá al mundo dos hijos en el mismo acto obstétrico. Dos. Sin decimales. Los saludamos anticipadamente con alborozo y tenemos la esperanza de que su paso por la historia contribuya a mejorar lo que hayan estropeado sus padres. Tienen espacio suficiente para crecer alborotados y felices, y quién sabe si acabarán haciéndose de derechas, por coherencia inmobiliaria.
Los revolucionarios modernos empiezan pidiendo cabezas y terminan pidiendo créditos. No llega la sangre al río porque se interponen el jardín y la piscina. Tal como viene el progreso, dos hijos son mucha gente. En estos tiempos de cicatería reproductora, debemos valorar y valoramos la sublime decisión de la señora Irene Montero de convertirse en dos veces madre. Parece que el ímpetu doctrinal de la izquierda más rabiosa es capaz de romper en España hasta las estadísticas.
Vienen dos niños más y al mundo se le alegran las pajarillas. Y la madre ya no volverá a ser la misma, aunque quisiera. Nunca envejecerá para sus hijos. «No me digas / que estás llena de arrugas, que estás llena de sueño, / que se te han caído los dientes, / que ya no puedes con tus pobres remos hinchados, / deformados por el veneno del reuma. / No importa, madre, no importa. / Tú eres siempre joven, / eres una niña, / tienes once años. / Oh, sí, tú eres para mí eso: una candorosa niña». Como en el grandioso poema de Dámaso Alonso a su madre, cuando pasen los años sus hijos le servirán de guía, la protegerán, la cuidarán, la mimarán. La llenarán de ternura. O eso deberían hacer. O eso deberíamos hacer todos con los que van a partir y con los que acaban de llegar.