Pretérito imperfecto

Los pollos de Simago

Cuando uno se pasa de frenada haciendo oposición, lo lógico es que acabe montando un pollo

Una pareja pasa delante de la fachada del viejo Simago Valerio Merino
Francisco Poyato

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Acuñaba la calle no hace mucho tiempo en Córdoba una referencia jocosa ante el mal rictus del prójimo : «Tiene más mala cara que los pollos de Simago ». Efectivamente, uno podía acercarse (en coche) a la calle Jesús María y comprobar ‘in situ’ que el ave no atravesaba su mejor momento en el expositor. Entonces no había diatribas de macrogranjas y microtontos, y a saber de dónde provenía el pollo que, tan ricamente, miles de cordobeses se llevaron al gaznate. Simago , multiplicado por el mapa, era lo más parecido a las galerías Lafayette en el carro de la compra y nutría de vida aquella feúcha calle que venía de la Mezquita en los años 70 y 80 . Por entonces, las únicas carcasas que habitaban esta vía eran la de esos polluelos avinagrados y no la de los celulares. Y, hete aquí, que el tiempo, con esa especie de reverso de justicia poética que posee, planta en los viejos pilares de aquel edificio frío otros ‘pollos’ con mal aspecto que han desencadenado en pocas horas una pequeña y curiosa tormenta de alto voltaje y sinsentido.

La última sesión plenaria del Ayuntamiento de Córdoba tumbaba la operación urbanística que pretende sacar del ostracismo al inmueble del viejo Simago , propiedad de El Corte Inglés en estos momentos. Los votos contrarios de PSOE y Unidas Podemos -qué poca memoria tienen- y la abstención de Vox (¿) impedían que la parcela abarcara nuevos usos y, por ende, que se ampliase el hotel de Las Tendillas y se completara con viviendas una pieza del Centro comercial importante. El cogobierno requería mayoría absoluta al innovarse la norma urbanística, y alguien pareció no enterarse. Siempre queda la opción de cuidar ratas a la puerta del Góngora.

Hace casi veinte años que un socialista como José Mellado impulsó la expropiación del Cine Góngora . Ya tenía bajo el brazo las pelotas de Toyo Ito y su jardín colgante que nos aupaba a la Babilonia moderna. La negociación fue dura con la familia propietaria, pero el inmueble acabó en manos del Ayuntamiento con alguna intermediación especulativa curiosa de otro empresario de la ciudad y la otrora alcaldesa perpetua Doñarrosa. Eran buenos tiempos económicos y la enseña de distribución quería promover un gran superficie comercial en el viejo Simago . Todo acabó en un convenio urbanístico por el que la izquierda le permitía aumentar edificabilidad terciaria y la empresa compensaba a la ciudad con el arreglo del Cine Góngora por 4 millones de euros. Entonces, claro, nadie se opuso.

Vino la crisis y la nueva galería comercial tuvo que desecharse , habiéndose asumido, además, el gran proyecto de Hipercor. El teatro se acabó y se abrió. De ahí que, desde el más puro sentido común, este plan para el viejo inmueble sea una salida que beneficia a todos (también al empleo) sin entenderse muy bien un bloqueo que ha hecho sonar los teléfonos rojos ante el dislate. Y eso que el argumento dado por Vox , horas después del Pleno, era que nunca tuvo voluntad de torpedear el proyecto . La proximidad electoral y los sondeos están calentando demasiado el ambiente, y cuando uno se pasa de frenada haciendo oposición, lo lógico es que acabe montando un pollo. Y encima, en Simago.

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