José Javier Amorós - Pasar el rato

Política y besos

Poco daño puede hacernos ahora la política, porque ya las olas nos traen y las olas nos llevan, ajenos y lejanos

LOS besos de los políticos son un simple intercambio de maquillaje, besos en el vacío, sin intención, besos económicos en los que no hay desgaste. Dos mejillas que se rozan con un poco de ruido, mua, mua . Mejor eso que un insulto, aunque sea ingenioso. La única excepción conocida a esta regla de neutralidad sentimental es el beso apasionado de los señores Iglesias y Doménech en el Parlamento de las elecciones antepasadas, intenso como una despedida.

Un caso reciente de beso político ejemplar es el del fugaz Patxi López a su sucesora en la presidencia de la Cámara , que publicó ABC en portada. López parece un hombre de mecanismo intelectual sencillo, y no habrá advertido que su gesto, además de cortés, es poético. «No sé / si en el último beso que te dé / voy a dejar mi testamento escrito». (Inmenso y querido Luis Rosales). ¿Qué otro motivo le queda ya a Patxi López para besar a nadie? Ahí, en esa mejilla pudorosa, yace el resumen electoral de un hombre que no pudo reponerse de su mayor éxito. Pero si de poetas y lances corteses hablamos, hay que volver los ojos a Andalucía, donde viven los maestros. El paisaje andaluz se embelleció el jueves pasado con una aportación distinta y superior a la teoría del beso político. La presidenta de la Junta y el presidente del PP se besaron en el Parlamento, después de haberse tratado duramente con la palabra. Lo cuenta este periódico, que no aporta fotografía, lástima, sino el testimonio de la mujer que provocó el choque feliz. Cherchez la femme. Una mujer maltratada —María Salmerón se llama—, a quien los jueces han condenado por impedir que su hija vea al padre maltratador. Los dos líderes políticos, ella y él, se unieron para solicitar el indulto del Consejo de Ministros. Y se unieron hasta el beso. «Me he sentido muy orgullosa, cuenta la madre-testigo, porque se han dado un beso los dos». Un beso por su causa, por una buena causa. Sin haberlo visto, le parece a uno que, en un ambiente como el que le dio motivo, el beso guardaba la debida proporción: más beso que el de Patxi López y menos beso que el de Pablo Iglesias. Afectuoso, pero comedido. Un beso casto como una encíclica papal. Sorprende que dos personalidades tan opuestas y tan enfrentadas hayan logrado coincidir en una efusión que exige una cierta armonía emocional. Ella parece una mujer expeditiva y de verbo desgarrado, con tendencia a sobrevalorarse, que a lo mejor tiene motivos. Como Pablo Iglesias, también ella ignora que el silencio forma parte de una buena conversación y de un buen discurso . Sin saber por qué, uno siempre se la imagina gobernando en jarras. Él, en cambio, no camina precedido por las vibrantes trompetas de la retórica. Tiene la sonrisa triste, incluso desvaída, como de una cara sin cuajar; y no podemos saber, sólo por las fotografías, si se trata de una sonrisa con pasado o de una sonrisa sin futuro, aunque haya ganado las elecciones. El caso es que se han besado, y ahí queda eso, el beso.

Poco daño puede hacernos ahora la política, porque ya las olas nos traen y las olas nos llevan, ajenos y lejanos, con la mente tranquila a par del sueño. Arde julio en las calles de Sevilla, y es hermoso que el verano político se despida con un beso . Se lo recordaremos en septiembre, para que vuelvan a encontrar ocasión.

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