Luis Miranda - Verso suelto

Pokemon Córdoba

Quién sabe si con el «Pokémon go» se podrá aplicar a la ciudad el filtro de una mejora que al menos se verá por el teléfono

Se acabó esta vocación de rancio irredento , esta eterna pose de neandertal con teléfono móvil de los primeros capítulos, este perfume selecto de alérgico a los microchips que alienan al ser humano en una burbuja de ondas y consumo compulsivo. Está decidido. En cuanto llegue a España el « Pokemon go » del que todo el mundo habla jubilaré con toda la dignidad que merece mi viejo Nokia , compañero infatigable en el instante abismal del gol de Iniesta y en la madrugada eterna del Vía Crucis Magno, y me apañaré uno de esos cacharros que me permitan disfrutar de esa distracción que le tiene sorbido el seso a los más modernos en medio mundo.

Nada más que de ver las horas de informativos que le han dedicado en la tele y el flamear de las noticias que le dedican los periódicos en Internet me muerdo las uñas a la altura de las falanges por no poder esperar. ¿Cómo que no es más que un juego? Vale, quizá no sea una herramienta que cambie el mundo, pero al menos cambiará un poco la ciudad propia, aunque sea en la pantalla de un teléfono. Dicen los que lo han probado que ha conseguido que los adictos a los videojuegos salgan a la calle , porque propone precisamente eso: que se busque a los pokemons, esos monstruitos imposibles y un poco grimosos que atormentaron a quienes eran niños en los últimos 90, y que se les dé caza en las calles reales, no en un decorado. Los datos almacenados en el Google Maps y la cámara del teléfono harán posible la magia de que estemos buscando a los bichitos subiendo la Espartería en pleno agosto o en la estrechez de la calle Céspedes, entre los bloques de turistas aborregados. He visto a más de un americano contar en la tele que ha chocado con farolas a la caza de uno de esos pokemon, así que tiene que ser divertido tropezarse con residentes de ciudades dormitorio o británicos despistados, ambos más pendientes del bar que de los arcos dovelados, y quizá acabar quitándole el paraguas o la bandera al guía turístico en un arrebato de confusión entre la realidad y lo que pasa en el teléfono.

Y ya puestos, quién sabe si con el «Pokemon go» no se iba a poder cambiar a Córdoba , aplicarle el filtro de una mejora que no será real, pero que por lo menos dejará el consuelo de que los ojos lo vieron, aunque no sea más que un photoshop mejorado. Tiemblo de pensar en que con el jueguecito, cuando haya una versión 2.0 con novedades, podré ver una ciudad limpia, sin muestrarios de servilletas aceitosas en las terrazas ni plantas que han crecido hasta el metro de altura entre las baldosas de las aceras como si aspirasen a ser los Sotos de la Albolafia, ya que ambos son fruto de la dejadez. O a lo mejor sería posible que al eliminar a uno de esos dibujos animados se volatilizase la celosía más famosa del mundo sin que sus protectores pudiesen hacer otra cosa que llorar.

En el colmo de la revolución, hasta sería posible que el Centro de Visitantes , que costó un pastizal y está casi vacío de otros usos que no sean afear la vista de la Mezquita, sirva para algo: igual daba juego a quienes buscan pokemons por sus amplias galerías vacías o por todos esos despachos que no tienen uso. Es todo tan bonito que pensándolo bien quizá sería mejor dejarlo quieto y no descargar el videojuego: esa ciudad ideal a través del teléfono puede ser tan sensata y perfecta que será difícil levantar la vista y encontrarse a la Córdoba de siempre y sus discusiones eternas.

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