SOCIEDAD
Pobreza, alcohol y problemas mentales: así es la vida de quienes duermen en la calle en Córdoba
ABC recoge tres historias de personas que se refugian donde pueden en los días de frío
Quién se lo iba a decir hace apenas cuatro años. A él, un hombre al que parecía que la vida le iba a sonreír siempre. «Hasta que no te pasa no te das cuenta de que tu destino no lo manejas del todo tú », confiesa J. Van a dar las once de la noche en la avenida del Gran Capitán de Córdoba y este hombre de menos de sesenta años arma su cama con cartones secos y plásticos en la antesala de una entidad financiera.
«Así, poco más o menos, era yo. Antes», comenta mientras señala, esquivo, el cartel que está al lado del cajero automático en el que aparece un jubilado montando en bicicleta de montaña con una sonrisa satisfecha. «Hasta que todo se fue a la mierda ». El proceso de degradación personal fue muy rápido, tanto que J. lo resume en pocas frases. «Vivía en Almería. Era comercial de una empresa de cierto nivel que vendía productos de esos de los que en cualquier casa se dejan de comprar en cuanto no sobra el dinero. La gente empezó además a comprar por los ordenadores. La central en Madrid decidió de un día para otro que podía pasar sin nosotros. Me echaron . Acababa de meterme en un préstamo para ayudar a mis hijos, y se convirtió en una losa. Me embargaron las cuentas . Mi mujer me abandonó: se fue con otro que tenía billetes. Mis hijos me negaron el saludo. Me convertí en un borracho, en un apestado. Se me fue la cabeza. Y llevo desde entonces dando tumbos por varias ciudades con mi casa a cuestas, si es que a esto se le puede llamar casa».
La historia de Carlos , que acepta a regañadientes que su nombre de pila aparezca en el periódico, tiene puntos en común con la de J, y también diferencias. «Qué vienes aquí a escarbar en mi desgracia», saluda agrio a su interlocutor al principio de la charla breve, que se desarrolla en uno de los soportales de la avenida de Las Ollerías . «Que sí, que es evidente que no me ha ido tan bien como a ti en la vida. ¿ Tú duermes caliente, no ? ¿Y comes en un plato a diario? ¿Y en tu nevera hay vino y yogures y fruta ? Pues yo no tengo nada, solo esta tienda de campaña», sigue. «Soy un don nadie. Como de los restos que me dan en las tiendas , de las raciones del comedor social del Marrubial . Me ducho una vez a la semana. Apenas me quedan dientes. Mi principal distracción durante el día es coger las colillas que estén más enteras para fumármelas de madrugada, cuando el frío aprieta. A veces los vecinos me traen sopa. Y hay días en los que no me entra nada en el cuerpo por mucha hambre que tenga: el estómago se me ha cerrado de la costumbre de no llevarme nada a la boca. ¿Quieres que siga o te vas ya a tu casa a cenar?», se queja.
Bárbara , llamémosle así, es conocida por los fieles más asiduos a los cultos del convento de las Capuchinas , al final de la calle Alfonso XIII. De una edad indefinida que bien podría pasar por cuarenta igual que por los sesenta, ella pasa las mañanas deambulando por el patio del edificio religioso, en cuyo exterior ha construido una choza con cartones y bolsas de plástico. Apenas dice una frase coherente, con sentido. «Bien, estoy bien. Esta vida es la que yo quería desde siempre », declara puro en mano, gorro de lana bien calado, guantes que dejan los dedos al aire. « Lo más importante en la vida no es tener techo . Usted, ustedes, están equivocados», precisa sin dar noticia de su pasado, de si alguna vez tuvo familia, empleo, futuro. «A mí todo eso no me importa. Yo quiero seguir siendo como soy y viviendo como vivo: no necesito más », concluye.