Verso suelto

Placer de suciedad

Habrá que ver si el Ayuntamiento sigue con la idea del ADN de los perros cuando sepa el coste de recoger todas las muestras

Una mujer recoge las heces depositadas por su perro en un parque de Córdoba ROLDÁN SERRANO
Luis Miranda

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TODAVÍA hay muchas mañanas en que me despierto pensando en que tengo que dar con mi perro (no sacarlo, porque era una cosa que hacíamos entre los dos y de lo que los dos disfrutábamos) el primer paseo del día. Esos hábitos compartidos, el camino por las calles a medio despertar de los días laborables y dormidas del todo los domingos, tardan en borrarse de la cabeza. En una de aquellas caminatas de sus primeros años recuerdo que Quin hizo lo que solía hacer tras el largo encierro nocturno y a nuestro lado había un operario de Sadeco que barría las calles. «Déjelo ahí, que ya lo recojo yo», nos dijo con una escoba y un recogedor preparado. Lo más fácil habría sido acceder, pero me opuse: « Lo recogeré yo . Lo ha hecho mi perro y lo haré yo, igual que siempre». El buen hombre dio las gracias y siguió con su trabajo de barrer hojas de los árboles, latas de refrescos que no volaron hasta las papeleras y cajas de pizzas que debían de quedar pendientes para hambrientos como los cafés para pobres que se pagan en algunos bares.

Aquel trabajador del uniforme naranja , sin duda con la buena voluntad de saber que el excremento acabaría en el cubo que llevaba, había retratado sin querer la idea que se tienen tantos de su empresa de limpieza, que no está para los rincones y para la suciedad inevitable, sino que es una especie de lujo colectivo que permite a los cordobeses el placer culpable (o inocente, dirán) de tirar las colillas al suelo, jugar al baloncesto con los pañuelos usados del resfriado en los alcorques de los árboles y dejar las litronas en los bancos del parque como invitando a una partida de bolos.

Ahora el Ayuntamiento de Córdoba tiene la idea de crear una base de datos con el ADN de las mascotas para multar a los dueños de los perros que no recojan los excrementos de la calle y quiere vender estadísticas de la eficacia del sistema y de su capacidad disuasoria. Cada cierto tiempo Sadeco repartía simpáticos recogedores de diseño con sus bolsitas que siempre fracasaron porque respondían a la lógica del marketing y de la foto, y no del carácter práctico que necesitaban los dueños. Esto no va a ser tan barato. Habrá que ver si siguen tan entusiasmados cuando conozcan el coste de almacenar las muestras de cada animal en colaboración con los veterinarios y del personal que tendrá que meter el palito en las heces.

Si para entonces todavía siguen adelante, y resuelven el curioso problema de conseguir que cada propietario registre el código genético de su mascota, incluso si al cabo de unos años la gente se pone las pilas y comienza a agacharse con la bolsa o el papel de periódico todavía habrá quedado el fracaso del profesor que no consiguió que sus alumnos aprendieran, sino que se conformó con que sacaran cincos pelados después de castigos, lecciones copiadas decenas de veces y exámenes de recuperación continuos. Las Administraciones no tienen que ser maestros ni conservar valores que deberían tener las personas sin que nadie de uniforme con una libreta en la mano se lo diga, pero al menos se les pide que no fomenten con su irresponsabilidad lo contrario. Quien tira los cacharros viejos al lado del contenedor esperando que los rumanos se los lleven cualquier día pensará que charlar por whatssapp despreocupado del perro que hace sus cosas en la calle es un derecho de nueva generación y que suprimirlo es un recorte inaceptable del Estado del Bienestar .

Placer de suciedad

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