Aristóteles Moreno - PERDONEN LAS MOLESTIAS
Photocall
Usted coloca a media docena de autoridades mal avenidas en una inauguración y en sólo 35 segundos ya parecen de la misma familia
Ha quedado inaugurado esta semana el «photocall» de primavera . Que es como el de otoño-invierno, pero con rebeca de entretiempo. De izquierda a derecha, puede usted observar el desfile de autoridades. Desde la concejala de Cultura a la alcaldesa de la ciudad, pasando por el presidente de la Diputación provincial, la delegada de la Junta de Andalucía, el subdelegado del Gobierno central y el teniente de alcalde del ramo, sostén del Gobierno municipal.
En la foto, se les ve con el brazo extendido rematado por un catavino de toda la vida. Todos ellos miran hacia la cámara y esbozan una media sonrisa, a caballo entre el rictus protocolario y la complacencia del poder, que vienen a ser dos síntomas de la misma dolencia. Hoy se ha brindado por la Cata del Vino y mañana se hará por las Cruces de Mayo , pasado mañana por la intangible Fiesta de los Patios y a final de mes por la Feria de Córdoba .
El calendario oficial va cambiando pero el «photocall» permanece. De tal forma que nuestras queridas autoridades van alternando su posición en el escenario, hoy a siniestra, mañana a diestra, empuñando un clavel o un catavino, según exija el atrezzo del momento. El «photocall», al fin y al cabo, es el espacio común del poder . El océano donde confluyen todos los ríos. Ya vengan las aguas turbulentas o se atasquen sus señorías en el pleno de presupuestos que se encienden las luces del «photocall» y se apagan de momento las escaramuzas.
Como aquella guerra de Gila en que los contendientes se combatían por la mañana con toda crudeza y por la tarde echaban una partidita de dominó. Que en todos los trabajos se fuma. Exactamente igual, el subdelegado del Gobierno central le hace la guerra a la delegada de la Junta de Andalucía por la mañana, pongamos por caso, y a eso del mediodía ya están comiendo taquitos de jamón y estirando el brazo con un catavino en la mano.
Desde ese punto de vista, el «photocall» está haciendo mucho por la conciliación nacional . España necesita esos espacios terapéuticos que atemperen los ánimos y restañen las heridas. Y qué mejor que un «photocall» para que sus señorías se retraten para la posteridad. Usted coloca a media docena de autoridades mal avenidas sobre un «photocall» y en sólo 35 segundos ya parecen miembros de la misma familia . Hablamos, por poner un ejemplo, de la inauguración de la Cata de Vinos. Esa foto aparentemente rutinaria transmite concordia y buen rollito institucional, que lo mismo vale para un roto que para un descosido (parlamentario).
De hecho, usted recorta esa imagen tal como se acaba de inmortalizar y, corbata arriba, corbata abajo, se repite maquinalmente a lo largo y ancho del «photocall» de primavera-verano, que es como el «photocall» de otoño-invierno, pero con rebeca de entretiempo. Si la política es el arte de la representación, aquí tienen, sin ir más lejos, una pieza teatral como la copa de un pino. Comedia o drama, opereta o entremés, cualquiera sabe de qué clase de género hablamos.
Luego, cuando se apagan los focos y los fotógrafos recogen sus flashes, las autoridades correspondientes pliegan sus sonrisas protocolarias, apuran el plato de queso y cogen nuevamente el mosquetón. Es, queridos contribuyentes, la guerra de Gila. Por la mañana, intercambio de artillería pesada . Y, por la tarde, paz, fraternidad y nueva sesión de «photocall».