Celebración

Peroles de Córdoba: el ritual de la silla y el sofrito

Los Villares y el Arenal acogieron los tradicionales guisos de arroz por San Rafael

Cocinado de un perol cordobés, ayer en Los Villares Álvaro Carmona

Luis Miranda

Se habla mucho del arroz y poco de las sillas, demasiado de la carne y de los condimentos y demasiado poco de las siestas con que se entretiene la digestión del cordobés plato. Tan importante como cocinar y luego comer, y quizá por delante de las cucharadas con que para muchos cobra sentido el día, están el descanso y la placentera sensación de no estar haciendo nada realmente productivo. Que para eso el día está en rojo en el calendario.

Sí, era el día de acudir a la iglesia del Juramento , pero también el día de los peroles , y más de uno fue capaz de cambiar de traje para estar primero en un sitio y más tarde en el otro, porque parecían dos ciudades opuestas y no la misma. Lo más clásico era el parque de los Villares , porque Córdoba, tan rica en término municipal, siempre fue una gran ciudad apegada al campo, al verde y los árboles.

Allí llegaron los especialistas con la leña para hacer el mejor fuego, el sitio justo para que todo el mundo estuviese cómodo y la larga preparación de cortar todos los ingredientes para hacer el sofrito. Pero también, alrededor, estaba el círculo de sillas portátiles en las que se hacía la tertulia que sabía casi tan estupenda como el guiso que el abnegado cocinero iba moviendo y removiendo.

Los niños, mientras tanto, jugaban al fútbol con el aliciente de tener que subir la cuesta en plena montaña , y las patatas fritas y los embutidos con que se entretenía la espera se bajaban enseguida ante tanta energía como había que quemar. Olía a eucalipto y a hierbas silvestres , y por las ramas se colaba la luz de un sol que fue cálido pero que, como pasa en otoño, para algunos se marchó demasiado pronto y dejó un poco de frío en el paisaje.

Otros prefirieron el menos castizo pero más cercano Arenal , y allí los más madrugadores pudieron disfrutar de la sombra bajo las carpas que había dejado el Ayuntamiento . También jugaban los chiquillos al fútbol y quienes tenían la suerte de no ser cocineros entretenían la charla. También había sillas puestas en círculo, porque en los peroles no sobra nadie, e incluso algunos se habían llevado hamacas. En ellas se podía disfrutar el descanso después del arroz , siempre rico en acidez y en sabores, contundente como tienen que serlo los días que tienen una comida concreta señalada en el calendario.

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