Apuntes al margen
Un perol entre el lodo
En los días bárbaros de retirar el barro, una familia decidió hacerse un arroz. Como la propia ciudad de Córdoba
Hace ya diez años, tras las riada de finales de febrero de 2010, un grupo de periodistas estábamos de garbeo por las parcelas anegadas en barrio de La Altea y Guadalvalle . Las aguas se habían retirado ya a una zona segura dejando tras de sí un panorama catastrófico. El alcalde, Andrés Ocaña , dio la orden de permitir el acceso a las familias para que recuperasen lo poco que había quedado. Solo se podía circular en todoterrenos o maquinaria pesada. Los medios eran escasos y las necesidades, brutales. Supongo que traigo esta anécdota a colación porque se me quedó grabada. En una parcela de Guadalvalle , una familia que estaba limpiando una cantidad brutal de cieno de toda la propiedad, había dispuesto una tarima elevada, había recuperado una botella de butano y un pincho y se estaban preparando un perol de arroz.
Las caras eran de abatimiento y cansancio, los relatos de pánico eran bestiales, sobre todo cuando la madrugada del 23 de febrero y sin previo aviso la Policía Local fue tocando puerta a puerta para que abandonasen las viviendas porque el río había saltado los límites de su cauce. Pero aquella familia había decidido normalizar sus vidas y hacer lo que hubiera hecho un domingo cualquiera. Sacar unas cervezas, preparar los avíos y poner la sartén con aceite al fuego entre montañas de lodo. Sinceramente, no dábamos crédito de la capacidad humana por volver a la normalidad en unos días que habían sido bárbaros.
No se inundó nada que no estuviera señalado con la señal de alerta. Tengan por seguro que volverá a pasar
El Guadalquivir hizo honor a su nombre de río grande en un episodio de lluvias concentradas cuando el sistema de regulación dijo hasta aquí hemos llegado. La colonización del territorio realizada durante décadas sin respetar las mínimas medidas de seguridad y el negocio de venta de terrenos a familias que buscaban hacerse una casita ajenos a la realidad de sus barrios fue lo que agravó la situación. No existe muro lo suficientemente alto que hubiera podido proteger las haciendas de tantos afectados que ocuparon lugares objetivamente peligrosos. Sencillamente, se inundaron suelos inundables , que se volverán a inundar dentro de cinco, diez, quince o veinte años. O pasado mañana. Esa es su naturaleza.
A Andrés Ocaña le cayeron leches de todos los colores por asegurar que aquel episodio tenía que servir de experiencia, incluso a la propia política municipal de tolerancia que su partido había propiciado desde principios de la democracia. En aquel momento, en las zonas calientes de la inundación había casas en construcción a la vista de todo el mundo. No se crea un núcleo de población con trescientas o cuatrocientas casas unifamiliares de un día para otro. Se precisa de omisión consciente, de medidas expresas que lo permitan. Diez años después, las viviendas que fueron literalmente cubiertas por el agua ni siquiera han sido demolidas. La Gerencia de Urbanismo está ahora trabajando en ello después de detectar que habían intentando ocuparlas de nuevo.
Pasadas las inundaciones de febrero y diciembre , se produjeron nuevos episodios. Algunos muy graves que hicieron rememorar los días en los que lo más sorprendente es que no se produjesen víctimas mortales. Una década después de aquello, la realidad objetiva es que las cosas siguen igual. La ciudad limpió el barro, pagó algunas facturas y sacó de la alacena la sartén de los domingos. Como aquella familia de Guadalvalle , prefirió hacer un perol.