Verso suelto
Patios sin fronteras
Quienes se afanan todo el año para abrir sus recintos reciben migajas de ayudas; los controladores un salario mísero
Tiene que venir escrito en algún sitio que para que los Patios de Córdoba no pierdan su declaración de Patrimonio de la Humanidad , que tanto viste y para tan poco sirve, los que trabajan en que salga bien no tienen que sacar ni para cubrir los gastos. Quienes se afanan todo el año en que las plantas florezcan y abren su casa a un pelotón de desconocidos, maleducados hasta que se demuestre lo contrario, no obtienen más que algunas migajas de ayudas públicas, y desde luego ni una pizca del dinero que saca el bar de enfrente con cervezas de precios redondeados. Será que la declaración inmaterial significa que la gente que trabaja para que los patios sean hermosos vive del espíritu inmortal, no de la materia corrompida y superficial, y se da por pagada con que las hordas de mochila y camiseta de tirantes se hagan selfis acrobáticos con las gitanillas de fondo.
Para no desentonar con los propietarios, también los controladores cobrarán este año una miseria menor que la del año pasado: 10,52 euros por hora, un 24 por ciento menos que los 14 que proponía el Ayuntamiento de Córdoba , que tampoco es que dieran para un fin de semana de viaje. Unos se dejan las uñas en la tierra de las macetas y la paga extraordinaria en la cal de las paredes a cambio de casi nada; otros tienen conocimientos de Turismo y saben idiomas en un país donde la gente quiere hacerse entender por los extranjeros hablando a voces, pero ganarán un poco más que quienes limpian las escaleras de la casa de sus padres.
De todas las ideas de estos últimos años para intentar evitar que los desahuciados Patios de Córdoba murieran de éxito la única que ha funcionado bien es la de los controladores. Con una sonrisa, las ganas de conseguir un poco dinero y su formación han conseguido que sus patios no se colapsaran. Habrán tenido que aguantar las prisas de quienes dijeran que tienen derecho a entrar en el patio, las exigencias de buen servicio de algún jefe que no aguantará a pie quieto durante horas con sol, agua o frío, y no se olvidarán de pulsar el botón para que después la cifra total de visitantes salga bonita.
Este año además su trabajo lo harán mientras los políticos de una y otra parte, quizá los mismos que tienen que redactar el pliego de condiciones para las empresas y que después lo adjudican, pidan leyes que acaben con la precariedad laboral, clamen contra los empresarios y prometan que serán funcionarios públicos con pluses por acudir al puesto de trabajo hasta quienes venden higos chumbos en agosto. Como el año pasado y como el anterior, aceptarán el trabajo a sabiendas de que no es el empleo de sus vidas, sino una forma de conseguir algún ingreso mientras les sale algo más o siguen estudiando. En una ciudad y en una cultura en que ganar dinero con el negocio y con el esfuerzo está bastante mal visto y se tiene que ocultar, ellos sí podrán decir que apenas sacan para vivir.
Cuando al caer la tarde dejen su puesto tan agotados como quienes abren las puertas de su casa para que las allanen como si estuviesen en la plaza, todavía se encontrarán con los bares llenos y alguna verbena improvisada con reguetón, y si no consuelan es porque no quieren: trabajan en realidad, como los propietarios, para la oenegé Patios sin Fronteras, que no pide por el Centro, pero que crea riqueza y empleo para quienes no saben hacerlo si no es con el sudor de los demás.