CRÓNICA
Patios de Córdoba: más colas en las últimas horas
Las casas premiadas en el certamen reciben muchas más visitas en la jornada del sábado
Córdoba es este fin de semana el país de las últimas cosas . De la belleza última. Sucede que las calles que le crecen a la avenida de Fleming y que se adentran en el Alcázar Viejo bajan hasta Martín de Roa o hasta Enmedio con pelotones de turistas dispuestos a comerse el mundo maceta a maceta, flor a flor, empedrado a empedrado. Al observarlos salta a la vista que si alguna asignatura pendiente arrastra la fiesta que acaba esta noche tiene que ver con los propósitos didácticos. Nadie, o casi nadie, le enseña a nadie de qué va esto. Excepciones hay. En la casa de la plaza de las Tazas, por ejemplo, donde la familia Bendala ha colgado a la entrada una serie de paneles que ilustran a los visitantes del origen de la estancia, que no era otra, como en tantos sitios más, que la de un corral de vecinos . Pero ocurre que las lecciones necesitan tiempo para ser impartidas y tiempo para ser digeridas. Y los patios, como todo lo bueno de la vida, duran demasiado poco. Así que hay que aprender por intuición, dejarse llevar por los sentidos, ponerlos a salvo de las amenazas mundanas que acechan a cada paso. En la calle Parras, por citar un caso, donde la Policía Local tuvo que poner ayer a mediodía una valla para regular el tránsito de la circulación : el efecto llamada del primer premio de la modalidad de arquitectura moderna, que reside en el número 5, había funcionado de un modo rotundo. «Ya estoy viendo a los dueños de los patios decir como la otra: ‘Si me queréis, irse », comenta un turista de Navarra, de nombre Jorge Delfín, que hace cola en la vivienda natal de Pablo García Baena. «Se les está yendo de las manos. Tengan cuidado», añade para entrar de lleno en el debate de la saturación de visitantes, o de la gentrificación, por emplear el término que es tendencia.
Pero San Andrés es un oasis de paz comparado con lo que sucede un rato después, al poco del mediodía, en Martín de Roa. Para respirar hay que pedir hasta la vez, como quien dice. La estatua de Belmonte, la del niño ayudado por su abuelo para colocar el tiesto en su sitio, se lleva la peor parte: alguien ha decidido que la escalera de metal da una buena perspectiva para sus fotografías y allí que se encarama para inmortalizar el momento de frenesí de mayo. «Veniros, niños, que aquí cabemos más» , acierta a decir antes de que un controlador lo mire con cara de reproche.
El gusto pésimo es el tributo que hay que pagar por la recreación en la sutileza. «Por favor, tengan cuidado con las mochilas. Díganles a esos niños, si son suyos, que dejen de dar balonazos contra los tiestos. No, no vendemos cerveza, esto es un patio no un bar . Hagan el favor de no sentarse en el suelo, dejen paso a las personas que quieren entrar...», dice con una ira contenida la propietaria de un patio del Alcázar Viejo que pide que su testimonio se quede en el anonimato. «Hemos avanzado mucho y también queda mucho: no sé yo si sería mucho pedir que unos folletos del Ayuntamiento explicasen a los visitantes que esto de entrar en las casas de los demás requiere ciertas dosis de respeto , que esto no es un museo, ni un parque de atracciones, que aquí lo que hacemos tiene mucho de generosidad y no es mucho pedir que haya cierta corresponsabilidad», se queja la mujer.
Mas no sería justo hacer un retrato negativo de quienes disfrutan de esta tradición que apura sus horas de la edición presente . Son multitud los que asisten al espectáculo de un modo cortés, respetuoso, educado. «Esto es admirable. Lo que más me gusta es la capacidad que demuestran los cordobeses para crear belleza con algo tan básico como una maceta y unas cuantas flores», defiende Manuel Soldevilla, un vecino de Madrid, antes de entrar en una taberna de la calle de Enmedio. «Cuídenlo», resume como quien da una orden o un consejo que conviene seguir.
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