CRÓNICA
Patios Córdoba 2019 | Alcázar Viejo, la ruta de un lienzo impresionista
La fascinación de los turistas extranjeros en este barrio es absoluta
Asley y Charlotte cruzaban con el Iphone en la mano el zaguán de San Basilio 22 -marcado en forja con el año 1889 en sus rejas-. La mañana era fresca, y la cola para visitar este patio cordobés a las 11.30 horas no llegaba a la veintena de personas. La cara de asombro de estas dos jóvenes de Arizona se dirigía hacia el testero cargado de macetas. «¿Cómo las riegan?», preguntan con marcado acento yanqui a la dueña, Ana de Austria. La propietaria del patio les muestra «cañilata» -una lata atada a una caña larga-, y hace el gesto de cómo meterla en el agua que se extrae del pozo encalado, el cubo de latón, la vieja polea y su vetusta cuerda.
El asombro de estas jóvenes estadounidenses por las flores que llegan de 9.000 kilómetros es enorme. Proceden de una tierra desértica -con temperaturas de 50 grados a la sombra- y poco más que cactus y saguaros que emergen entre rocas rojizas. El estallido de color de las gitanillas, un nombre sonoro que intentan pronunciar mientras las distinguen de los geranios, les alucina. Los 18 grados que marcaba el termómetro la mañana de ayer eran una brisa fresca para ellas acostumbradas al clima extremo.
Los tiempos han cambiado en esta vieja casa de vecinos. Ya no hay nueve familias de inquilinos conviviendo en el patio y compartiendo lavadero y letrina sino que la casa se adaptó a una sola familia manteniendo intacto los chinos del patio, el pozo y su enrejado. La nieta de la propietaria regresa de Londres de estudiar y sube las escaleras con un «trolley». Ana cuenta que han pasado más de 2.000 personas cada día estos días, los cordobeses vienen «cuando los abrimos o cuando saben que viene menos gente», matiza.
Sus plantas son estupendas, lo dice ella y sus propios vecinos. Siempre le han dado premios por su variedad de flores. «Ahora vamos a abrir un pequeño museo con todos los premios que hemos conseguido en este casi medio siglo», cuenta Ana. Con mimo mira a sus gitanillas, begonias, claveles, buganvilla y jazmines. Esparragueras que caen sobre los «pendientes de la reina», helechos, azucenas o la flor popularmente conocida como «la suegra y la nuera».
Ana dedica al patio todo el día. Ella reconoce que no vivió ahí siempre sino que llegó como una agregada al casarse. Su suegra murió en la casa con 97 años y fue la que puso el patio tal y como está. Ella sólo siguió la tradición. Tres generaciones son las que viven en esta casa del Alcázar Viejo .
Asiáticos y su fascinación
A pocos metros, el presidente de la Asociación de Amigos de los Patios, Miguel Ángel Roldán , da la bienvenida a los nuevos visitantes a las 11.00 horas de la mañana. «Hoy es un día especial porque se entregan los premios, y tenemos ese gusanillo», reconoce mientras muestra orgulloso una especie de flor azul morada denominada «clematides», unas de las más fotografiadas del concurso. El olor de azahar y jazmín no sólo viene del patio. En una de las estancias, una de las propietarias vende su propia esencia de patio enfrascada. Con la foto del patio a modo de caja, el perfume de azahar y jazmín es un espectáculo para el visitante.
Chinos, coreanos -japoneses en menor medida que otros años- hacen las mil y unas fotos de las flores del patio, mirando cada detalle. Hay quienes llevan una sombrilla antigua para inmortalizar un entorno inigualable Patrimonio Intangible de la Humanidad.
Este año, los vecinos del Alcázar Viejo coinciden al señalar que hay menos colas que otros años , pero que han subido las visitas. Los grupos están organizados y el secreto está en que sólo una decena de visitantes cruce el umbral para poder tener espacio y buenas fotos para instagram.
La primera parada tras cruzar el arco del Alcázar es San Basilio, 14, Carmen Ibáñez una de las propietarias que se hacen cargo del patio, las horas mejor no contarlas. Limpiar, quitar hojas secas. Sólo en regar se tarda más de tres horas. Este rincón a pocos metros de la muralla mantiene intacta la letrina con un lebrillo para echar agua y el cuarto de la lavandería sin olvidar el viejo pozo encalado. Su último premio fue en 2017 y llevan acumulados más de 20 galardones en distintas modalidades en los últimos años.
Jubilados y cerveza
A los visitantes les llama la atención las flores, -desde la exótica flor denominada «medinilla magnífica» a los claveles de un fuerte color pistacho-pero, también, que son los propios propietarios quienes les abren las puertas de su casa, admite esta joven casera.
A punto de entrar a este patio, después de 15 minutos de espera, un grupo organizado de jubilados sevillanos habla del tiempo «que ha refrescado», por lo que se está bien, admiten, después de días de calor sofocante.
La fila cuenta con abundante el acento portugués, que manotea y gesticula como latinos, pero con su musicalidad en el habla. De hecho, esa misma entonación se repite en varios rincones del Alcázar Viejo.
Frente a ellos, una hermandad mantiene abierta en la esquina de la calle San Basilio una tasca con precios bajos, patatas fritas y agua. Lo tienen claro, lo que más se vende es cerveza, ya sean extranjeros o nacionales, pero en caso de los jubilados éstos se inclinan por el fino. Los días de más calor se vende más, reconocen estos voluntarios de una de las cofradías de Córdoba, pero no está mal lo recaudado hasta el momento.
Al bajar la calle, la arquitectura nueva y sus patios también llaman la atención a los turistas. Es el caso de San Basilio, 15. Pese a ser un edificio moderno incluye desde un pilón romano, a restos de molino y restos arqueólogicos. Algunos visitantes preguntan si entran en concurso, y la respuesta de una de las controladoras es «señora, todos los que tienen los pinos en la puerta compiten».
Uno de los vecinos de San Basilio 15, Andrés Araujo reconoce que es el séptimo año en el que participan en el Concurso de Patios y fueron distinguidos como patio singular en la última edición, el premio reservado a lo especial. A los turistas les gusta todo, incluso los lunares de las papeleras, comentan entre las colas, donde hay para conversar a fondo.
Entre las visitas obligadas está el popular patio a Martín de Roa, 7 . La vista se dirige hacia su galería de madera, las techumbres de tejas a distintos niveles y el típico chino cordobés en el suelo. La mayoría de los selfies se hacen junto al pozo y los lavaderos, de los pocos que existen al aire libre.