MERCADO LABORAL

Paro Córdoba | «Como de lo que me dan mis hermanos y mi madre me paga la luz y el agua»

Un vecino de Las Margaritas que se declara tatuador ‘on the road’. Una joven filóloga a la que se la rifan las academias. Una cocinera a la que la dejan sin empleo tras 6 meses de ERTE

4.027 desempleados menos en junio, aunque los contratos cayeron un 7,3 por ciento

Rafael Vallejo, vecino de Las Margaritas, este viernes en la puerta del SAE en Colón RAFAEL CARMONA

Rafael A. Aguilar

EL tatuador en paro que espera su turno en el exterior de las oficinas de la Seguridad Social y del Servicio Andaluz de Empleo (SAS) de la plaza de Colón se llama Rafael Vallejo está separado, tiene 49 años, tres hijos y seis nietos.

«Vivo de la comida que me dan mis hermanos y mi madre me paga la luz y el agua», dice el hombre, que lleva una camiseta amarilla sin mangas con la leyenda ‘La mirada de un luchador’. Los guerreros más tenaces nunca pierden la moral, aún en las situaciones más complicadas. Rafael lo sabe e intenta cumplirlo a diario, aunque la vida no se lo ponga sencillo. Vecino de Las Margaritas y beneficiario de una de las viviendas sociales de la Junta de Andalucía, hace años que no cuenta con ingresos estables.

«Mi negocio se vino abajo y me convertí en un tatuador ‘on the road’. Pero eso no me daba para vivir. Hago lo que me sale: he sido albañil, he trabajado en el campo», comenta el desempleado, que aguarda a que llegue su número en compañía de su mascota, un perro dócil de cara amable que responde al nombre, cómo no, de Tatuaje .

«Pero yo le digo Tatto », aclara R a fael. «Lo que quiero pedir, ahora cuando me atiendan ahí adentro, es la ayuda social para parados de más de cuarenta y cinco años», completa el hombre, cuyos hijos y nietos viven en Madrid . «Ellos también tienen sus problemas, están como en una situación precaria y no me pueden ayudar», se lamenta.

«Vengo a ver si me pueden echar una mano, a que me digan cuáles son mis derechos», dice Edgar, peruano

Edgar anda por el mundo con una incertidumbre parecida al del vecino de Las Margaritas. «Vine de Perú hace dos años con muchas esperanzas. Al principio me fue bien porque encontré a un señor mayor y viudo que contrató de interno para que le ayudase con la comida, con el aseo y con las cosas de la casa, ya que se encontraba enfermo. Fue una bendición. Murió hace unos meses y me he quedado al raso. Vengo a ver si me pueden echar una mano, a que me digan cuáles son mis derechos», explica el joven de 27 años y sin familia en la ciudad.

«El coronavirus nos ha matado a los inmigrantes. Lo que me parece de pena es que nuestro futuro sea convertirnos en repartidores de comida a domicilio. ¿Sabe usted cuántos viajes hay que dar para sacar un sueldito que te cubra para pagar la habitación, el sustento y mandar una reserva a nuestro país? Hay que convertirse en un esclavo y yo me niego», se queja en extranjero.

«Me ha contratado una academia de Inglés nada más acabar la carrera», se alegra Rosa Carrizosa

En la cola del paro también hay historias positivas. La de Rosa Carrizosa, una recién licenciada en Filología Inglesa que, con el título académico recién salido del horno recibió una oferta de empleo de las que no se pueden rechazar. Y más a su edad. «Me he pasado gran parte de mi grado de universidad europea en universidad europea y no he parado de hacer en ellas cursos y de participar en seminarios. Antes de mi último examen este mayo, ya en Córdoba , eché mi cucurrículum en unas cuantas academias , y hace dos semanas me llamó una y me puso por delante un contrato para los campus de verano y con posibilidad de ampliarlo una vez que empiecen las clases en septiembre. Estoy que no me lo creo», se alegra.

Beatriz Rivera es monitora de comedor escolar RAFAEL CARMONA

A Beatriz Rivera, de 32 años y vecina de La Magdalena , tampoco le va mal del todo. «Vengo a formalizar el paro, porque soy fija discontinua: como  monitora de comedor me contratan durante el curso», indica quien sufrió en sus carnes la zarpa del confinamiento y de la suspensión de las clases de marzo a junio durante el ciclo escolar 2019-2020. «Nos despidieron cuando empezó la pandemia, pero este septiembre volvieron a contar con nosotros», relata la joven.

Sin apreturas económicas y sin derroches viven Marta Cámara y su familia. Vecina de Las Margaritas , casada y con dos hijos, su marido se gana la vida como personal de mantenimiento en un hospital de Castilla La Mancha. «Yo tengo muchas profesiones: capataz forestal, jardinera y cocinera», que ha sido su última ocupación. «Justo hoy [por ayer] se han cumplido seis meses tras el ERTE en la guardería en la que estaba y me han despedido. Vengo a la oficina del paro a ver cuánto me queda o qué ayuda me pueden dar por los dos niños», declara la mujer.

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