Apuntes al margen
El pin parental
Judicializar la educación es una profunda equivocación
No acabo de entender, la verdad, qué problema puede haber con que unos alumnos de secundaria de trece años vean un documental sobre el terrible asesinato de Ana Orantes a manos de su exmarido y agresor como ha ocurrido recientemente en Baena. Recordemos la historia. En 1997, Canal Sur emitió una entrevista testimonio en un «talk show» presentado por Irma Soriano de una mujer que contó que había recibido palizas de su marido durante cuarenta años. Dos semanas después de la entrevista, el exmarido de la señora Orantes, un tal José Parejo, se le acercó por detrás, le arrojó líquido inflamable desde unos cinco metros de distancia y le pegó fuego. La víctima murió casi al instante producto de las gravísimas heridas causadas. El hombre fue condenado a 17 años de prisión . Nunca salió de la cárcel, donde murió a los 69 años, en 2004, de un ataque al corazón repudiado por todos sus hijos.
El asesinato de Ana Orantes constituyó un antes y un después. Desde los años noventa, se produjo en España un movimiento organizado de asociaciones feministas, en principio muy minoritarias, que combatían que el tratamiento de este tipo de delitos se realizase bajo el paraguas tradicional contemplado en el Código Penal. Cuando este periodista empezó a trabajar, lo que ahora se llama violencia machista se conocía como crímenes pasionales. El terrible asesinato de aquella mujer que había contado en televisión una vida de padecimientos constituyó una palanca de reacción legislativa que se plasmó en las primeras normas que trataban estos luctuosos hechos de forma diferenciada, establecían una penalización complementaria y generaban los primeros programas sociales de atención a las víctimas que, efectivamente, lo son por ser mujeres. La muerte de Ana Orantes es historia reciente de España . La más triste.
Desconozco en calidad de qué puede declarar ante el juez un profesor que ha realizado a sus alumnos de Secundaria una actividad pedagógica consistente en explicar cómo se desarrollaron aquellos hechos y qué efectos generaron en la sociedad española. Desconozco también, y esto lo escribo en calidad de padre, qué mecanismo es el que impediría que a un menor a mi cargo se le explicase la crueldad contra las mujeres, los efectos de la actividad del ser humano en el clima del planeta o los problemas de pobreza que asuelan a múltiples países del mundo. Ni siquiera entiendo qué problema existe en explicar los movimientos de represión religiosa en algunas zonas del planeta, las famosas «otras violencias» que se producen en la sociedad o cuáles son los dilemas éticos de nuestro tiempo. Probablemente, porque vengo de letras puras donde el debate moral es tan relevante como la instrucción técnica propiamente dicha.
En estos tiempos, se defiende la existencia de un pin parental . Es decir, una herramienta contra el «adoctrinamiento» de las criaturas que permitiría a las familias establecer cuáles son los contenidos aptos o no aptos para sus hijos preservando el punto de vista de sus padres. La propuesta ha aparecido ya en algunos papeles oficiales y forma parte de un viejo debate sobre la oportunidad de que las familias participen en la propuesta curricular. La pregunta, que nunca me queda clara, es hasta dónde. Si en el caso de que los familiares entiendan como moralmente controvertido que la Tierra gira en torno al Sol, ha de salir pitando de la clase de Ciencias. Si los padres de un niño son de izquierda verdadera, pueden desalojarlo de la clase de Historia cuando el profesor explique qué fue el fascismo y el nazismo. Y si darle el mal rato a un profesor de pasar por el juzgado para explicar que estaba haciendo su trabajo es, a estas alturas, de recibo.