Luis Miranda - Verso suelto

Parábola del paro

La cosa es sencilla y vieja: desempleados desesperados de los que se aprovechan para quitarles una parte del sueldo

La cosa es sencilla y vieja. A la hora de publicarse en las páginas de información debe tener el rigor profesional de una tesis y la exactitud de una fórmula, pero en los lugares en que el lenguaje académico quita el corsé se puede explicar con la precisión de una metáfora o la moraleja de una parábola. Fundaciones afines, planes de empleo y subvenciones , que en las páginas de ABC aparecieron con toda su grave contundencia , podrían tener forma de cortometraje . La historia empieza hace muchos años en la plaza de cualquier pueblo, donde espera un puñado de personas a que el dueño de las tierras escoja a los jornaleros que trabajarán y llevarán un poco de dinero a su casa. La cámara puede colocarse arriba y así aumentar la humillación de los trabajadores mientras el capataz dice: tú, tú, tú, y se lleva a los afortunados que, con la cabeza igual de baja que los demás, no tendrán que escuchar esos días a sus hijos llorar de hambre. Pero de camino a las tierras, en un carro o en una furgoneta primitiva según la época, cambia el decorado.

Mientras la cámara se entretiene quizá en el pasar de los olivos o de los terrones, el capataz toma la palabra y les dice que va a ser generoso, que el jornal no va a estar mal, pero que un cacho , quizá una cuarta parte, se lo quedará él . «Igual que antes se pagaban los diezmos a la Iglesia», dirá, con la voz ronca del que está acostumbrado a mandar, y hasta insinuará que el amo está de acuerdo con eso , y que no pedirá más que se le haga algún pequeño favor de vez en cuando: quizá poner la oreja cuando alguno de los jornaleros a los que no escogen critique demasiado, espiar un poco a las explotaciones vecinas si alguna vez toca doblar el espinazo en ellas y desde luego comportarse con el que da el dinero, aunque tenga una pequeña mordida, con el agradecimiento que merece quien al final del día entrega las monedas acordadas.

El cortometraje puede terminar con un cante flamenco bien serio, que entre quejíos hable del pueblo explotado, que enseñe puños crispados de agricultores que no serán tan imprudentes como para irse hacia el cínico capataz ni mucho menos para el dueño, que está tranquilo en el sillón de cualquier cortijo y que sabe que al pasearse por el pueblo, aunque pague poco y conozca bien los estragos del hambre y la miseria, ni siquiera temerá la cólera de los desesperados. Canal Sur podría ponerlo en cualquier momento , con un coloquio después de cine social donde se diga lo mal que estaba antes Andalucía y lo bien que está ahora.

Lo que de verdad ha pasado no tendrá quien le haga ni una triste reprobación formal. La Junta de Andalucía entrega el dinero de un programa de empleo a una fundación próxima al partido que gobierna en esta tierra desde hace 37 años y los que vengan. Esta gente contrata a personas en situación difícil, pero les pide una parte a cambio, entre 300 y 490 euros al mes, «como cuando se apadrina a un niño», y hasta les obliga a firmar un papel en que piden recibir el dinero en metálico. Así se aseguran de que ninguno se escapa. La historia de los desempleados, de la desesperación por encontrar trabajo y de los administradores con toda la pinta de ser indecentes es la misma, pero en esta Andalucía donde casi todos reciben con cariño el riego del dinero público no habrá ni películas, ni obras de teatro satírico, ni libros de autores comprometidos ni quizá, y es lo más grave, la sensación social de que esté mal hecho.

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