PRETÉRITO IMPERFECTO
«Panmiedo»
El coronavirus es un severo test como seres humanos, capaces de lo mejor y de lo peor, en una sociedad que se cree invencible
Es una mezcla de apocalíptico y oscuro medievo con ficción norteamericana de paisajes vacíos con zombis y lucha por la supervivencia, con dosis de humor ácido , cierta inmadurez e infantilismo y una honda preocupación. Es miedo. Esta pandemia parece que ya la hemos visto en televisión , en alguna película, en alguna serie..., y a pesar del mimetismo y el guión conocido, no sabemos cómo afrontarla. Es una crisis sanitaria aprendiéndose a sí misma con el paso de las horas y que pone en el disparadero el peligro de un colapso sanitario . Con unas cifras y un alcance que igual se relativiza en contraste con otras epidemias que se inflama por los recodos que aún quedan por explicar. Es una crisis económica que intuye a la vuelta de la esquina un peligroso colapso financiero y productivo. Una vuelta a la recesión . ¿Puede estar el mundo parado cuatro o cinco meses, que es el tiempo que nos están dando para pasar el rubicón de una enfermedad aún por conocerse y combatirse...? Es una crisis como sociedad, contagiada de histeria cuando más información se supone que tenemos, más rápido nos llega, más interconectados estamos ante todo lo que ocurre y más garantías sanitarias y científicas poseemos. Es un verdadero test para los gobiernos y para los políticos acostumbrados a la demagogia de regate corto y a vivir de los asuntos intrascendentes sin callo en las coyunturas determinantes, donde prefieren esconderse. Es un severo examen como seres humanos, capaces de lo mejor y de lo peor. De nuestra condición, nuestro sentido común, nuestra responsabilidad, nuestra solidaridad, nuestro deber cívico, nuestro autocontrol y nuestras legítimas inquietudes y egoísmos como tribu. Nosotros y los nuestros. Ocho mil quinientos niños mueren al día en el mundo según la misma Organización Mundial de la Salud (OMS) que empieza a revolverse en la silla con zozobra y pide más beligerancia contra el Covid-19. Ocho mil quinientos niños... que no despiertan una pandemia de culpa.
El coronavirus, como ha ocurrido siempre en la historia de la Humanidad, ha venido para ponernos en nuestro sitio y, entre otras cuestiones, enseñarnos nuestra fragilidad real escondida en una apariencia de fortaleza tecnológica invencible que olvida los principios y su propia vacuidad. Pasará, como han pasado otros, y será relevado por otros virus que seguirán llegando. Es ley de vida y naturaleza. Entre tanto, el peor de todos estos virus, el miedo , se contagia y multiplica de manera exponencial poniendo en riesgo lo fundamental de nuestra convivencia. Una maldición oscura que se propaga en la noche de los tiempos con la sola hoja de ruta de un sortilegio. En la Edad Media formaba parte de las leyendas orales atribuidas a fenómenos superiores. En la Edad Milenial copa las redes sociales que viralizan el bulo con manufactura humana y sin prudencia profiláctica. Pongamos el miedo en cuarentena, aceptemos la realidad, que es una manera de responsabilizarnos, y actuemos con sentido común y lógica, sin exigir lo que, tal vez, no estamos dando tampoco.
La pena es que esta cuarentena no podremos llevarla igual sin nuestro querido Vicente Torres Esquivias «Vic» , a quien este capítulo de la condición humana le hubiera dado para un auténtico manual tragicómico sobre nosotros mismos. Con su afilada ternura hubiera colocado el espejo y hubiera retorcido esta pandemia del coronavirus con sus cuñados y parcelas, sus filósofos de barra y medio de Montilla-Moriles, sus abuelos en el banco de la paciencia y matrimoniadas, o los nostálgicos cordobeses anónimos curados de espanto. Dios te guarde por siempre, Vicente.
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