LEYENDAS
El Panderete de las Brujas, el rincón de Córdoba en que las mujeres volaban y se sacrificaba a niños
Un lugar del barrio de Santiago era el refugio de las que ofrecían hechizos y predecían el futuro
En las noches más lúgubres de la Córdoba antigua, cuando no había más iluminación que la de las velas, que no sería mucha, había un rincón escondido del barrio de Santiago donde se reunían las brujas , y tras sus encuentros salían literalmente volando a sus quehaceres. Todas las ciudades tienen un rincón para las mujeres que ofrecían hechicerías y leer el futuro, y el de Córdoba es un lugar escondido entre calles estrechas.
En el barrio de Santiago, junto a las Siete Revueltas y la calle Ravé , se sitúa el que se llamó Panderete de las Brujas . Lo cuenta Teodomiro Ramírez de Arellano en sus «Paseos por Córdoba» , donde explica que esta pequeña plazuela «fue el sitio más temido de Córdoba desde que la noche la envolvía en sus tinieblas».
Danzas
El escritor dedica gran parte de su obra a desmentir «las invenciones del vulgo», o a contrastarlas, pero aquí explica cómo «aquellas endemoniadas» se reunían para realizar «algunas misteriosas danzas al son de una pandera y salían volando cada cual a lugar destinado de antemano y por orden de la principal». Las leyendas hablaban también de niños sacrificados o jóvenes inmoladas , así que no extraña que fuese sinónimo de terror en Córdoba.
Una de las leyendas que más previvió, al menos hasta el siglo XIX , fue el de una hechicera que utilizaba ciertos untos y ceremonias que la hicieron más o menos conocida en Córdoba y fingía pactos con el diablo para adivinar lo que sus clientes le pedían. No terminó bien, porque aunque el escritor cordobés no entra en detalles dice que «la Inquisición puso coto a semejante superchería».
Una de de las mujeres fingía pactos con el diablo y utilizaba pócimas, hasta que acabó ante la Inquisición
Con todo, el autor de la popular obra sobre Córdoba recuerda cómo ya en el siglo XVI el médico Andrés Laguna investigó lo que había de verdad en aquellos rituales y concluyó tras probarlo él mismo que eran alucinógenos que ayudaban al « solemne engaño , pero que la repetición de unturas opnía a los pacientes de modo que llegaban a creer lo que únicamente era producto de un alucinamiento ».
La conclusión de Ramírez de Arellano podría ser válida un siglo y medio después: «No nos extraña esto, pues aún hoy, cuando la incredulidad va dominándolo todo, no faltan personas, al parecer formales, que buscan a esas mujeres que, con una baraja en la mano, les aseguran acertar el porvenir y la verdad de lo que cada cual dese saber». Incluso en internet.