José Javier Amorós - Pasar el Rato

Palabras de amor

Aceptar el matrimonio con un tieso, como ha hecho Susana Díaz, equivale más a una confesión de amor que de paciencia

La honestidad es una virtud de cintura para abajo, mientras que la honradez es una virtud de cintura para arriba. Como las dos tienen que ver con el dinero, que es la medida de todos los vicios, es fácil confundirlas en el ejercicio de la política. El juez que juzga la responsabilidad de los señores Chaves y Griñán en el caso de los ERE, manifiesta dudas acerca de su diligencia en el control de los euros públicos, pero ni una sombra de sospecha vierte sobre la mitad inferior de los personajes. Por eso, cuando la presidenta de la Junta de Andalucía une la honestidad a la honradez, se excede en la defensa vigorosa de sus mentores. Y hasta podría dar a entender, sin pretenderlo, un conocimiento de la intimidad ajena impropio de una mujer honesta, casada con un tieso. Qué sabe ella. Qué sabe nadie.

Aceptar resignadamente el matrimonio con un tieso, como ha hecho la señora Díaz, equivale más a una confesión de amor que de paciencia. Una confesión torpe y escueta, sin brillo, a la altura, probablemente, de la sensibilidad poética de la doña. En el «Cantar de los Cantares», el anónimo autor hace que la amada llame cervatillo al amado. La imagen es feliz, pues va a buscaros, aunque cursi, y compite ventajosamente con tieso, que no es palabra que se corresponda con el amor, sino con la encuesta de población activa. Aun siendo desaconsejables por su exagerado dulzor, almíbar sobre arrope, resultan más eficaces expresiones como potrillo, colibrí, lucero, cañita de azúcar; o mi leucocito, porque la visión sublimada del amado aumenta las defensas contra las tentaciones de la carne. También San Juan de la Cruz, en el «Cántico Espiritual», se vale de la figura del ciervo huido para embellecer los lamentos de la esposa. Este exceso de ciervos puede deberse a la ya antigua afición de la derecha por las monterías. Comprendemos que una política de izquierdas no simpatice con las metáforas de un santo católico, aunque se trate de uno de los más grandes poetas en lengua castellana.

Si se exceptúa a los miembros de la casa de Alba y de la familia Pujol, todos los españoles empezaron a buscarse la vida siendo unos tiesos. Lo que cuenta es la voluntad y el esfuerzo para llegar a más. Ese asador socialista de vacas que son los ERE, lo demuestra. Que doña Susana no pueda utilizarse como ejemplo, en nada desvirtúa la regla general. Parece que ella entró muy pronto en los amenos prados del poder, donde toda comodidad tiene su asiento, y de cuyas consejerías mana leche y miel para los elegidos. Sus biógrafos no aclaran si había sido tiesa previamente. Cuando el amor es puro, ¿qué importa que el cervatillo sea un tieso? El amor todo lo puede, todo lo ilumina, y hasta la vulgaridad de la nómina llegan sus rayos purificadores. «Cuanto tengo confieso yo deberos», cantará el amado con Garcilaso, en brillante correspondencia poética. ¡Tieso! ¡Guapa!

Y en medio de este oasis de amor y perdices, muere Izquierda Unida. Lo ha dicho la alcaldesa de Córdoba, que tiene motivos para saberlo: «Me da pena que Julio Anguita certifique la muerte de Izquierda Unida». Unidos, Podemos acabar con IU, que es lo que se trataba de demostrar. Y ahora, vamos a por el partido del cervatillo. En discreta primera fila, el promotor. Cuando Córdoba despertó del sueño comunista, escribirá algún día Augusto Monterroso, Anguita todavía estaba allí. Será el cuento más largo del mundo.

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