CORONAVIRUS EN CÓRDOBA
Los padres de Córdoba, el primer día de salida: «Los niños estaban muy aburridos de estar tanto en casa»
Los barrios se llenan de risas y juegos en la jornada en la que los pequeños pudieron romper el confinamiento
Amanece un día más en una Córdoba desolada por las consecuencias de una amenaza invisible . Otra vez la incertidumbre como acompañamiento al desayuno, las noticias devastadoras, las calles tristes, los parques sin vida y la vida alejada de las zonas comunes.
Entonces, con el avance de un domingo lluvioso, el viento empieza a traer consigo los ecos de risas y chapoteos en los charcos, y todo parece por momentos haber vuelto a ser como era antes, cuando los días laborales cobraban el sentido en los paseos reposados y el aperitivo tranquilo, y no en la colocación correcta de los guantes y la mascarilla.
Las respuestas a la nueva medida adoptada por el Gobierno central de permitir salir a los menores de 14 años durante el confinamiento no han tardado en llegar de todos los frentes, pero los niños han sido los que la han recibido sin discusión.
En las inmediaciones del parque Cruz Conde , un matrimonio obedece con diligencia la orden indiscutible de sus tres hijas. Las pequeñas saltan y cantan por la acera, sin separarse de sus padres. « Teníamos muchas ganas . No nos da miedo salir de casa ni nos molestan las mascarillas. Bueno, la de papá sí», cuentan las pequeñas. Su padre, Sergio Castro, explica que ha sido un alivio para toda la familia salir a tomar el aire. «Tanto ellas como nosotros lo necesitábamos», cuenta. «Acogemos la medida bien, porque pensamos seguir las normas y no ir a parques o a sitios donde puedan amontonarse otras familias», añade Sergio.
En un desplazamiento hacia la zona del Nuevo Zoco , otros niños agradecen más que nunca el privilegio de los espacios amplios, la variedad de zonas ajardinadas. Dos hermanos se persiguen en bicicleta sin intención ninguna de esperar a su padre , Javier López, que ha aprovechado un respiro del teletrabajo para salir a tomar el aire con sus dos enérgicos acompañantes. « Los pobres estaban muy aburridos de estar tanto tiempo en casa . Se ponen muy irascibles y necesitan una atención que no siempre podemos darles debido al trabajo», explica Javier mientras trata de no perder de vista a los pequeños ciclistas.
Su familia conoce el testimonio de allegados que residen en Bélgica y Alemania , donde estampas como la que él protagoniza se repiten desde hace semanas. «Allí las medidas están siendo mucho más relajadas», aclara resignado. «Allí están confiando más en la madurez de los adultos», añade, antes de despedirse para seguir persiguiendo bicicletas.
No muy lejos de allí, Beatriz López se asoma a un balcón acompañada de Jorge y Elena, dos hermanos que no saldrán de casa hasta la tarde, cuando su padre vuelva de trabajar. Ahora se contentan con saludar desde las alturas a unos amigos del barrio, a los que pronto se les termina la hora estipulada para hacer de las suyas. Beatriz López es enfermera y eso ha llevado la concienciación a la familia desde el principio . «Cuando vuelvo del hospital, ellos saben que no pueden tocar a mamá hasta que no se ha limpiado, así que hemos inventado los besos voladores», explica Beatriz, con Elena colgada de un brazo y Jorge abrazado a una pierna. «Esta medida está bien si los padres somos responsables, porque si no aumentará el riesgo de que haya un rebrote», añade Beatriz.
La imagen de parques y jardines abiertos, con los columpios vallados o precintados, genera una contrariedad instantánea. Los niños persiguen la claridad, por eso un par de hermanos de dos y cuatro años prefieren deslizarse, sin paraguas, por las losetas de la plaza del Zoco mojadas por la lluvia. Sus padres, Luis Amaro y Nieves Benítez, parecen aun más encantados . «A nosotros la medida nos ha venido muy bien, aunque a ellos les da igual salir o no de casa», comenta Amaro. «Por suerte nosotros no hemos notado en ellos alteraciones en la comida o el sueño», añade Nieves, y concluye: «Son unos niños muy acostumbrados a estar con su madre».
«Mucho mejor ahora»
Algo lejos de allí, en la Avenida Arroyo del Moro , una niña nerviosa pasea mientras mira hacia todos lados. Su nombre es Lola García, como ella misma resalta, con orgullo, y su primer día de paseo tras 42 días de confinamiento tiene que darlo con su padre, Pedro Antonio García, ya que su madre trabaja en una residencia de mayores. «Hasta ahora, la situación había sido complicada para ella porque mi mujer trabaja fuera y yo teletrabajo, así que no habíamos podido hacerle mucho caso», explica Pedro Antonio. « Pero ahora mucho mejor, ¿verdad, Lola? », pregunta a su hija. A Lola se le encienden los mofletes y asiente. Luego se pone algo triste, porque se acuerda de sus compañeros del colegio y de algo peor, las tareas que le mandan los profesores a través de una plataforma virtual.
«La medida está bien si los padres somos responsables. Si no, corremos el riesgo de un rebrote», advierte Beatriz, madre y enfermera
Mientras Lola vuelve a su actividad de reconocimiento, dos vecinas, Cristina Recio y Elena Soriano, charlan dejando dos metros entre sus pies. Las dos se apenan por los hijos adolescentes. «Los grandes olvidados de todo esto», según Cristina Recio, que se han quedado en casa. También se acuerda de su madre «sola, a punto de una depresión de caballo», por no ver a su nieta Judith, que asiente al lado, mientras agarra su patinete. «Pues yo cuando vea a mis abuelos les voy a dar miles de abrazos», le cuenta su vecino.
El paseo de l Vial ha recuperado matices de lo que fue . Los niños recuerdan mejor el tiempo, sus detalles no se les escapan y eso le ocurre a los dos mellizos de tres años de Manuel García, quienes han pasado media hora estupenda al tirar piedras a las fuentes y rememorar el primer día que su padre les llevó a inspeccionar la zona.
« Un policía les ha preguntado si se lo estaban pasando bien y a ellos les ha hecho mucha ilusión », cuenta Manuel. Cerca, una niña de tres años chapotea entre los charcos. José Miguel Pérez, su padre, es contundente. «Lo están haciendo fatal, cuanto antes empiecen a hacer tests antes terminará todo esto», comenta. El comentario se repite en otras familias, en el Bulevar y en Plaza de Colón. Aun así, a las calles se siguen llegando bicicletas, patinetes y pelotas. Un jaleo todavía tímido, pero más parecido a una ciudad que empieza a levantarse.
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