Jesús Cabrera - El molino de los ciegos
El otro patrimonio
La actividad restauradora y que se ha hecho en el Casco no debe parar, sino acabaremos lamentándonos
El nutrido programa de actos elaborado por todas las partes implicadas para conmemorar el XXI aniversario de la declaración de una parte del casco histórico como Patrimonio de la Humanidad es un hecho positiva que crea conciencia entre los cordobeses y entre los que nos visitan sobre el tesoro que esta ciudad guarda con mimo. Está muy bien que cada año esté jalonado de jornada en las que se conmemora algo, porque en la mayoría de las ocasiones sirven para darnos, por ejemplo, un toque de atención sobre una enfermedad concreta o sobre un colectivo que necesita de la ayuda de todos. En este caso, la celebración es meramente local y los cordobeses celebramos una efemérides que a todos nos llena de orgullo.
El reclamo de la entrada gratuita a monumentos y museos sirvió este año para que muchos cordobeses supieran que tienen acceso de valvulina en buena parte de ellos. Este dato nos dibuja el panorama desalentador de un sector de la población cordobesa que lleva su indolencia hacia nuestra ciudad hasta el grado de desconocer intencionadamente aquello por lo que más de un millón de personas al año se gastan un buen dinero en venir hasta aquí para verlo. Así somos. Por encima de esto es de agradecer que este año se incidiera en los jóvenes y que casi un centenar de alumnos del Blas Infante se formaran para servir de guías a grupos de compañeros de otros institutos. Tanto unos como otros descubrieron a buen seguro rincones inéditos y facetas de nuestra historia que a partir de ahora nunca olvidarán, porque esta iniciativa, vistos los resultados, puede pasar a una actividad que tenga continuidad en el tiempo.
Estos jóvenes pudieron comprobar el magnífico estado de salud del que goza nuestro patrimonio. En la Mezquita-Catedral siempre hay andamios y actividad restauradora, lo cual es muy buena señal, y todo está previsto para que el Ayuntamiento acometa la reforma que amplíe y adapte los contenidos visitables del Alcázar de los Reyes Cristianos; es decir, el patrimonio, a grandes rasgos, está en buenas manos, salvo el enquistado traslado del Museo de Bellas Artes y la más que necesaria ampliación del Arqueológico. ¿Pero, y lo que lo envuelve? Pues ahí no se puede decir lo mismo.
Hasta hace muy poco esta ciudad ha sufrido un desdén imperdonable hacia algunos elementos secundarios pero que potenciaban y subrayaban desde la discreción los valores de nuestro casco histórico. El cableado atormenta fachadas, esquinas y todo lo que se le pone a tiro en una asilvestrada maraña de imposible justificación; el pavimento se ha cambiado y modificado sin respeto a lo autóctono con especial predilección tanto por lo cutre y barato como por lo propio del chalet de un nuevo rico, sin término medio; y la iluminación se ha regido por unos criterios que no han tenido en cuenta los valores urbanísticos, por no hablar de cuando se sustituyeron de una tacada en la Ajerquía los faroles contemplados en el PGOU por unos de catálogo a los que el adjetivo de horrorosos no hace total justicia en su rotunda fealdad para nuestras calles.
En los últimos años, desde la Delegación de Patrimonio y la de Infraestructuras, se han dado unos pasos, pocos pero importantes, para remediar esta situación y adecuarla a lo que nunca se debió perder. Se ha eliminado cableado en puntos concretos pero muy significativos, se ha mimado algún enchinado destrozado y se ha adecuado el alumbrado público con una importante actuación en una de las zonas más necesitadas de la ciudad en actuaciones de este tipo tanto en monumentos como en calles y plazas. Sólo falta que esta racha no se pierda; si no, lo lamentaría la ciudad.