Aristóteles Moreno - PERDONEN LAS MOLESTIAS

Orujo negro muerte

Cinco toneladas de peces muertos en el río son muchas toneladas. La vergüenza de Pedro Abad deja muchas preguntas en el aire

Peces muertos por el vertido de orujo en Pedro Abad A. O. S.

El profesor Carlos Fernández , catedrático de Zoología de la Universidad de Córdoba y uno de los mayores expertos en fauna fluvial del río Guadalquivir , concluyó en 2014 que la gran arteria hídrica de Andalucía se encontraba en la UVI. Después de cinco años de trabajo exhaustivo a lo largo de 60.000 kilómetros y mil puntos de toda la cuenca, certificó que largos tramos del Guadalquivir eran ya materia inerte. «El río no es una simple tubería, sino un ente vivo», advirtió en una entrevista con este periódico. Sus palabras ya dejaban sentir un latido premonitorio que hoy, tres años después, gravita sobre todos nosotros.

El lunes 19 de junio, más de 480 piscinas olímpicas de orujo negro navegaban río abajo desde el término municipal de Pedro Abad. 480 piscinas olímpicas son muchas piscinas olímpicas. Exactamente, 1,2 millones de metros cúbicos de residuos. Los técnicos verificaron que, al menos, 20 kilómetros de cauce fluvial se tiñeron de negro muerte en apenas unas cuantas horas.

El orujo, en este caso, no es el digestivo que usted se toma frío después de un almuerzo excesivo. Es la pasta de hueso y pulpa de la aceituna que resulta del proceso de extracción de aceite. Diluido en el agua, su efecto es letal. Conforma una lámina espesa en la superficie del río que neutraliza el oxígeno necesario para la vida. Como consecuencia, miles de peces se arremolinaban tras el vertido en los márgenes del Guadalquivir boqueando en busca de aire. Una semana después del desastre ambiental, la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir cifró en cinco toneladas los peces muertos por obra y gracia del derrame de Pedro Abad . Y cinco toneladas son muchas toneladas.

Al parecer, se trató de una fuga accidental producida por la rotura de una secadora de orujo de una empresa oleícola de Pedro Abad. Estas cosas pasan. Una avería imprevista que desencadena el derrame de 480 piscinas olímpicas de orujo negro muerte con destino, cómo no, al río Guadalquivir. No es la primera vez que suceden desgracias de esta naturaleza. De hecho, los accidentes con resultado catastrófico para el medio natural se suceden con admirable rutina.

Hasta hace muy poco, el Guadalquivir ha sido el desagüe habitual de la basura industrial de toda la cuenca. Y aún hoy muchas poblaciones todavía vierten a los afluentes sus residuos sólidos urbanos sin depurar. Desde esa perspectiva, la calamidad de Pedro Abad constituye una pieza más de una cadena con muchas preguntas y muy pocas respuestas. Por ejemplo, ¿cómo es posible que exista tamaña bomba de relojería a apenas cien metros de nuestro órgano hidráulico esencial? ¿O cómo no disponía la empresa de un sistema estanco de seguridad? Lo que sí parece ya claro como el agua negra de los Sotos de la Albolafia es que evacuar al río nuestras inmundicias sale a precio de coste. Tirando por lo alto.

Las administraciones del ramo aseguran haber abierto los expedientes sancionadores correspondientes. Es la letanía ordinaria para estos casos. Luego, cuando los focos se apagan y se retiran los peces muertos de la orilla, los expedientes se pierden en las tuberías obturadas de la administración o aterrizan en una multa de andar por casa. De la empresa, mientras tanto, aún no hemos escuchado ni una protocolaria disculpa por el daño causado.

El profesor Carlos Fernández nos avisó hace tres años de que el Guadalquivir tenía las constantes vitales en estado de máxima debilidad. El río no es una simple tubería, advirtió a quien quisiera escucharle. Que, por lo visto, y a tenor de la vergüenza de Pedro Abad, era apenas nadie.

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