Opinión
Peatonismo
Vivimos en una hiperregulación asfixiante de cada minúsculo quehacer que ni se cumple ni sirve
Ordenar el trasiego de bicicletas y patinetes eléctricos no es un tema menor. Aunque estemos en el centro de una tormenta pandémica que los conspicuos calificarían como perfecta. Aunque pisemos terrenos movedizos al borde de un precipicio económico. No hay que perder de vista a la cotidianeidad y el lugar común de lo cercano, aunque sea para olvidarnos un instante de lo primordial. El Ayuntamiento de Córdoba ha dado un paso adelante para regular el tránsito de unas y otros (y sus derivados), después de que hace un año la Dirección General de Tráfico fijara una serie de instrucciones generales para que las ciudades y los pueblos pudieran tomar las riendas de un fenómeno que pasaba de capricho de Reyes Magos a medio de transporte en toda regla para desplazarse al trabajo o perseguir atardeceres. Para fardar o alborotar las plácidas caminatas. Las bicicletas han dejado de ser para el verano y la movilidad en dos ruedas alcanza cotas importantes a diario o en el recreo dominguero, lo cual obliga, obviamente, a ordenar la convivencia en la calle de ambos, los coches y el peatón . Y aquí nuestro gobierno municipal se ha puesto filosófico y copernicano para situar al peatón —el gran olvidado, por cierto— en el centro mismo del universo de la movilidad. Principio inspirador de la nueva ordenanza en ciernes y en torno al cual giren el resto de «planetas».
Les anticipo que el acuerdo que honorablemente quiere alcanzar con todas las partes el concejal de la cosa, Miguel Ángel Torrico , va a ser imposible , porque basta darse una vuelta por ciertas zonas de Córdoba para comprobar «in situ» como no habita el civismo y el respeto mutuo. Amén de que será un tema propicio para que se politice —ya saben que hasta los peatones de izquierdas andan mejor que los de derechas—. Muchos campan a sus anchas sin reparo. La bici a toda pastilla por la acera de Vallellano (y dos carriles vacíos). El patinete serpenteando a toda máquina por Gondomar, calzada, carril-bus o parques.
El coche intentando llegar hasta la puerta de su destino o aparcando a la carta. Y el peatón andando por donde no debe. Nadie es perfecto. Pero, sin duda, lo que le rogaría al señor Torrico es que lo que, finalmente, se recoja en esa ordenanza postulante del «peatonismo» —en el cual milito— se cumpla para todos. Vivimos en una hiperregulación asfixiante que crea sin cesar como churros leyes, decretos, reglamentos, instrucciones, ordenanzas y normas para cada minúsculo rincón de nuestro quehacer y que se superponen como capas de una cebolla que es insoportable. Una amalgama regulatoria que, paradójicamente, nunca se cumple. Las nuevas vienen a tapar el fracaso de las viejas, cuando la original es suficiente, en muchas ocasiones, para regular determinadas circunstancias. ¿O es que llevar a pie la bicicleta en una zona peatonal nutrida no está mandatado desde la noche de los tiempos...? Otra cosa es que la Policía Local quiera hacer su trabajo, y que ciclista, peatón o «patinetero» apelen a la buena educación, rara avis.
Pagarán justos por pecadores. Seguro. Hora será de pedir que se concluyan los circuitos de carril-bici proyectados para que no haya excusa sobre el espacio que cada cual ha de ocupar. De nada sirve sacar a las bicicletas y patinetes de un Centro histórico cada vez más impracticable para todos si no se aportan alternativas (simples estacionamientos). Como tantas veces nos hemos quejado de las gymkanas que ha de sortear el viandante en muchas aceras de Córdoba . De nada sirve el protocolo de calles y velocidades si quienes tienen que hacer cumplir las ordenanzas municipales miran para otro lado. De nada sirven los cantos de sirena de la ciudad amable y cómoda si amontonamos normas que acaban siendo inservibles.