Opinión
Palabras de guerra
El debate político moderno pertenece al género bélico, no a la oratoria
Opinión | Peluqueros
La publicidad crea, la publicidad explica y la publicidad destruye. A los políticos y a las hamburguesas. La fama es el resultado del tiempo de exposición a la curiosidad pública, curiosidad que no existía previamente. Vivir para la fama es ocupación de político y de artista de televisión. La fama es adictiva, y cuando se le coge el gusto ya no se puede prescindir de ella. Si deja de pedalear sobre la fama, el aficionado se cae, y lo envuelve el polvo del camino rural. Pero la fama no depende de la voluntad del aspirante, sino de la decisión de los hacedores de famas: los publicistas y los medios de comunicación . En un cerebro habilitado para el ocio, que es el del consumidor medio de publicidad, se puede vaciar cualquier cosa, desde una mala novela hasta Pedro Sánchez . Todo se compra y todo se vend e, y el precio lo determina el tiempo de exposición a la curiosidad ajena.
¿Qué puede poner de su parte el político famoso, si lo fundamental lo pone la publicidad? El lenguaje, nada menos. Y ahí está el peligro. En el uso del lenguaje, que los políticos famosos dominan tan poco. Claro que la política no es sólo lenguaje , también ayuda incorporarle alguna eficacia en la resolución de problemas ciudadanos. Y puede resultar decorativa una cierta contaminación de los principios de la ética. Sin exagerar, porque es comúnmente admitido en la profesión que un exceso de ética aumenta las dificultades de los gobiernos para sobrevivir. El estado de la nación no necesita debate, sino acción. Pero los políticos famosos se mueren por un debate, que les permitirá alcanzar la notoriedad que no conseguirían con su trabajo. Periodistas valiosos y publicistas expertos se ponen al nivel de los debatientes, y destacan palabras y frases por las que antiguamente se suspendía el ingreso de bachillerato. Se empieza siendo indulgente en los periódicos con las necedades de los políticos, y se acaba justificando pasar de curso con tres suspensos y sin conocimientos de historia y de filosofía.
Cada día hay un debate político en algún lugar de España. España , un pueblo trabajosamente edificado sobre las mejores palabras de la historia de la cultura, está siendo destruido con palabras. La escasez de vocabulario, la mala sintaxis y la mala dicción desembocan en el insulto, que introduce confusión intelectual y aumenta los conflictos. El debate político moderno pertenece al género bélico, no a la oratoria. Con él no se busca la verdad, sino una gloria efímera y vergonzosa , para la que importa menos la firmeza de los argumentos propios que la debilidad de los ajenos. El adversario queda convertido en un enemigo al que no hay que conceder cuartel, y del que hay que deshacerse recurriendo a fórmulas viles: su pasado emocional, su presente familiar, sus flaquezas, sus errores. Si no hubieran prescindido tan frívolamente de la historia, podrían aprender de los antiguos persas, quienes, según relata Montaigne, acostumbraban a elogiar al enemigo con el que reñían a muerte. Vencer a un enemigo que carece de valor y de grandeza, prueba la falta de valor y de grandeza del vencedor.
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