TRIBUNA
Opinión: «Las nubes de la incertidumbre»
El rector de la Universidad Loyola afirma que la economía mundial crece en 2018 de forma similar a 2017 (3,7%)
La economía mundial está sufriendo en este año 2018 los primeros efectos de las políticas económicas de los populismos que se han venido instalando en los gobiernos de distintas economías clave. Unas nubes que pueden empezar a descargar en el medio plazo. Según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), la economía mundial mantuvo su tasa de crecimiento este 2018 a un ritmo similar al de 2017, el 3,7%. Un ritmo que se ve amenazado por tormentas que provienen de todos los continentes.
La primera nube de tormenta sobre la economía mundial lleva el nombre del presidente Trump. Y es que la economía norteamericana está creciendo al 2,9% y llegando prácticamente al pleno empleo (tasa de paro del 3,7%), pero lo está haciendo con una política fiscal expansiva (déficit público del 4,8% y deuda pública del 106% del PIB) y un déficit por cuenta corriente del 2,6%. En estas circunstancias y con una política monetaria de subida de tipos, la economía norteamericana se acerca a una tormenta en forma de crisis de deuda pública. La flexibilidad de sus mercados, la fortaleza de su sector empresarial, la capacidad de innovación y la profesionalidad de sus fondos serán su única salvaguarda.
«Europa dejó hace tiempo de ser una nube para vivir con una permanente tormenta encima»
La economía china es la segunda nube en el horizonte. Con una tasa de crecimiento otra vez en el 6,5%, débil para su nivel de renta, sigue intentando hacer un cambio estructural, pues su principal fuente de crecimiento en la década pasada, la exportación, está hoy en declive. Frente a lo que cree la mayoría de la opinión pública occidental, el superávit comercial chino es de sólo el 1,1% de su PIB (frente al 3,8% de Japón o el 3,4% de la Zona Euro). Por supuesto, la guerra comercial con los Estados Unidos no beneficiará su crecimiento, como le afecta significativamente la subida del precio del petróleo.
Europa dejó hace tiempo de ser una nube, para vivir con una permanente tormenta fruto de tres grandes nubarrones políticos: el Brexit que está condicionando las expectativas de crecimiento para los próximos años, pues las consecuencias de la salida dependerán de la forma en que ésta se materialice; la deriva populista italiana con una fuerte indisciplina fiscal, lo que, sumado a su alta deuda pública y al estado de su sistema bancario, puede llegar a provocar una nueva crisis en la Zona Euro; y, finalmente, las inestabilidades políticas en no pocos países europeos, empezando por Alemania y España.
Crecimiento con dificultades
Europa crece con dificultad al 2%, lo que no es suficiente para reducir significativamente su tasa de paro (el 8%) ni mejorar su creciente desigualdad. Además, lo hace muy desequilibradamente, pues los países centrales, Alemania y Francia, lo hacen por debajo del 2%, mientras que los periféricos lo hacen por encima. La ortodoxia alemana de equilibrio presupuestario (superávit del 1,7%) y superávit exterior (casi el 7,9% del PIB) está llevando a que la nación germana se convierta, una vez más, en la prestamista de todo el continente.
Las otras nubes en el horizonte tienen que ver con las crisis de potencias regionales. Turquía, perjudicada por la política arancelaria del presidente Trump, por la revalorización del dólar y por su desequilibrio presupuestario, es fuente de incertidumbre en Oriente Próximo. Como lo es Argentina, por razones similares, y Brasil, por turbulencias políticas, en América Latina.
En este contexto borrascoso, la economía española sigue la inercia de su recuperación, sin que se haya visto significativamente afectada, de momento, por el cambio de gobierno. Crece a un ritmo inferior a su tasa potencial, al 2,7%, creando empleo y con baja inflación. El problema es que el Gobierno de Sánchez no parece tener una idea clara de qué política seguir, pues la mayoría de sus orientaciones son tuits: España no tiene, y no se vislumbra, una política fiscal coherente con la situación de sus finanzas públicas, como no se están abordando las reformas estructurales que la economía nacional necesita. Una economía cuyo crecimiento depende en gran medida del turismo no es sostenible en el largo plazo.
Dentro de este panorama, la economía andaluza es, como siempre, una edición corregida y aumentada de los problemas de la española. Con una tasa de paro EPA en el entorno del 22% (23% en el segundo trimestre), más de 900.000 parados y 7 puntos por encima de la media nacional, la región sigue, un año más, sin abordar sus problemas de fondo: la excesiva dependencia de la administración pública, débil sector industrial y de servicios avanzados, bajo nivel medio de cualificación, pequeño tamaño empresarial, etcétera. El resultado es un «más de lo mismo» perpetuo, quizás porque el inmovilismo es la esencia de lo andaluz, y la prueba son los 36 años de gobierno ininterrumpido del PSOE en la comunidad.
Finalmente, como siempre, un apunte sobre Córdoba: cada vez más acusa los rasgos que han venido definiendo su salida de la crisis. La provincia se basa en una economía basada en los servicios públicos y en las empresas que dependen de ellos, y crece por el turismo y, en los últimos trimestres, por un cierto repunte de la construcción. Por eso tiene una de las tasas de paro más altas de España y sigue, un año más, entre las provincias con menor nivel de renta per cápita. Pero todo esto lo sabemos desde hace años, décadas.