Opinion
Hacer el ridículo
Los políticos llevan el poder al rídiculo, que es la pública ostentación de la incapacidad
El poder reviste de pompa y ceremonia la estupidez . La lleva al ridículo , que es la pública ostentación de la incapacidad. El tonto político no se conforma con serlo, quiere que lo sepa todo el mundo. Como en la anécdota de aquel alcalde de Málaga, en tiempos del general exhumado, cuyo nombramiento lamentaba así su madre: Qué pena más grande, hijo mío, porque hasta ahora sabíamos en casa que eres tonto, pero a partir de ahora se va a enterar todo Málaga.
Ridículo es el presidente del Gobierno cuando habla mucho para demostrar que sabe poco, engolado hasta en el saludo. Ridícula es la ministra de Trabajo, que le da la risa cuando habla, quizá porque ella misma se ve como un chiste gubernativo. Ridículo es el ministrillo de Sanidad, el diminutivo del Gobierno, lleno de atribuciones que lo desconciertan, con las que no sabe qué hacer. Un experto en ignorancia. Otro más. Pablo Iglesias , en cambio, no es ridículo. Es cursi, que equivale a ridículo amanerado , ridículo con adornos vegetales. Este gobierno es un virus político que ha infectado la convivencia de los españoles. Lo más probable es que no tenga cura, porque está muy infiltrado en partidos políticos, medios de comunicación, artistas, intelectuales, hasta clérigos. Demasiada gente viviendo de un virus.
Si por este gobierno fuera, los españoles permaneceríamos encerrados durante los próximos veinte años. Con reclusiones renovadas y anunciadas cada dos semanas. A un orador como Sánchez, hacer ese anuncio le lleva dos horas. Ahí es nada, asegurarle al Cicerón del coronavirus discursos de dos horas seguidas cada quince días. A los que habría que añadir las necedades complementarias entre anuncio y anuncio. Con el pueblo en su casa y la policía y el ejército en la calle; con el Parlamento resumido y refrenado; sin oposición, porque con los encierros se han suspendido las oposiciones; con medios de comunicación seleccionados para las ruedas de prensa, que preguntan poco y a favor. Así puede cumplirse el único pensamiento que ha tenido Rodríguez Zapatero: Cualquiera puede ser presidente del Gobierno. Éste es, en efecto, un Gobierno de cualquieras. Estamos cerca del ideal de un poder perpetuo y absoluto, con la democracia como coartada.
También nosotros estamos haciendo el ridículo como pueblo . Obedientes y callados . Sumisos. Aceptando mansamente órdenes caprichosas, muchas veces arbitrarias, con poco fundamento lógico. Ahora han dispuesto que salgan los niños a la calle. ¿Y por qué ahora? ¿Y por qué así? Para que los padres sepan quién manda. Se regula el número de niños, el número de adultos, el tiempo de que disponen, el horario de salida, la distancia, los juguetes. Queridos niños, podéis saltar y correr, si os apetece, les dijo maternal el jefe Iglesias, conocedor de que los niños tienden naturalmente a sentarse en un banco a leer a Hegel. La confianza en la inteligencia de los ciudadanos, en su prudencia, sentido de la proporción, responsabilidad, cualidades sobradamente demostradas por los españoles, la sustituye el legislador por minuciosas conminaciones de campo de concentración. Esa es la debilidad del jefe Iglesias. La conducta infantil la vigilará la policía. Y si faltan policías, el Gobierno puede contar con la figura del vecino delator, esa flor seca que crece en la cuneta de todas las dictaduras. Pero hay algo que el poder más abusivo no puede controlar, no puede prohibir, no puede evitar, la última libertad de los esclavos: el desprecio.