Opinión Córdoba
La felicitación
Reconozco que le deseo lo peor al que inventó los envíos masivos de mensaje del móvil
De todas las cosas que han pasado en este año (allá se pudra, maldito sea su nombre), la ausencia de las lucecitas y las canciones de Miliki en la calle Cruz Conde es la única que me reconcilia con la humanidad en la acepción munífica que le proporciona el diccionario. Si va a haber una ley para las personas humanas «trans» por razones puramente inclusivas, espero que no se me ofenda nadie si desde aquí les adelanto que la Navidad no se ha perdido nada con este que escribe. No acepto el determinismo, qué le vamos a hacer, en cuestiones de fiestas de guardar. La alternativa de que los Reyes Magos sean este año en globo aerostático no solo me parece magnífica sino que debería mantenerse haya o no coronavirus . Todos los años, esas majestades de Oriente volando, lejos de cualquier masificación, flotando entre nubes, aterrizando en un campo de acelgas entre Encinarejo y Almodóvar.
Las masificaciones previas a estas noches señaladas me ponen literalmente de los nervios y no por motivos sanitarios. No saben cómo agradezco que esta vez no haya alegres grupos de personas de uniforme inclasificable cantando canciones populares. Cada año temo que al alcalde se le haya ocurrido poner un «mapping» de los que impiden el paso a los lugares donde acostumbro a dejarme caer, cuando uno se podía dejar caer en los sitios. No entiendo las colas para comprar empanadillas, gofres y quesos que se pueden adquirir más baratos en cualquier supermercado. Y lo de quedar con gente por obligación nunca ha sido de pleno agrado. Prefiero las fiestas sin motivo , beber sin sed, las noches de lunes sin motivo aparente.
Borro las felicitaciones navideñas del correo electrónico con cierto grado de violencia. Reconozco que le deseo lo peor al que inventó los envíos masivos de mensaje del móvil porque los buenos propósitos y las grandes intenciones rara vez son sinceras cuando se remiten en cadena. Nunca sé qué regalar a los próximos. De tal forma, siempre compro el libro que me gustaría leer, el detalle que quisiera que tuvieran. La perspectiva de una cena encerrado en casa viendo una peli y en pijama es lo más cerca de la felicidad que podría acercarse a los que tenemos la misma sensibilidad navideña que el dueño del chino de mi barrio. Aún así, y dado que no hay otra, tengan ustedes unas (en fin) felices fiestas .
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