Opinión
Comisarios de la caridad
Buenos y malos parecen cortarse por el pedigrí de quien lleva las bolsas, cuando lo importante es quién hay al otro lado
![Ciudadanos recolectan comida en la parroquia del Figueroa](https://s1.abcstatics.com/media/andalucia/2020/05/08/s/cordoba-parroquia-comida-figueroa-kp5B--1248x698@abc.jpg)
De la noche a la mañana, el barrio sólo tienes ojos para su parroquia . El bullicio obrero, el claxon de los repartidores , el trasiego de las gestiones y las compras, la discreta alegría de la rutina y la serenidad de los mayores en su banco de la paciencia... ha tornado en una condena de quietud sólo alterada por una puerta de madera que se abre y cierra sin parar. Con un ajetreo de bolsas que no son las de la vieja normalidad. Con el ruido de motores que no son los habituales. Con la efervescencia de muchos jóvenes de otros puntos de la ciudad que apilan comida en los bancos de una iglesia. Con un móvil que no para de sonar. Esta es la pequeña gran historia de un barrio como el Parque Figueroa que podría ser cualquier otro de Córdoba y que mutó en días.
Un barrio que suena a Córdoba y que ha visto cómo, de repente, todo se ha venido a pique. Como podría suceder en cualquier otro rincón. Esta es la pequeña gran historia de un cura que resiste bajo la cúpula que pintaron Olivares, Chastang y De-La Hoz con la única «vacuna» posible, de momento, para combatir la pandemia que ha dejado a ciento treinta familias o más sin nada. De la noche a la mañana. Camareros, albañiles, peones o jornaleros, buscavidas en la economía de la trastienda, con una mano delante y otra detrás. Y el cura tira para adelante y llena la iglesia con miles de manos y kilos. Y teje una red de ayuda urgente que mantenga en pie esos hogares que hoy se caen de golpe. Como en cualquier otro barrio de Córdoba. Y que ve como llegan coches anónimos del P atriarca, Ciudad Jardín, del Centro, Sector Sur o El Brillante ..., sueltan sus bolsas, preguntan qué más necesitan y se marchan a sus casas a confinarse. O furgonetas de un supermercado y Cáritas , o carretillas de farmacéuticos. Y el celular se agita, y al otro lado una voz oficial le pide auxilio urgente para un anciano abandonado en un piso vecino que quiere suicidarse. Y el cura y su cuadrilla tiran para adelante, como pasa en otros lugares de la misma urbe.
El sufrimiento ajeno no puede esperar a que los comisarios de la caridad dicten sentencia desde la poltrona en la que censuran a gentes como este cura y su cuadrilla, que tiran para adelante sin preguntar, sin rellenar formularios, sin hacerse del partido, sin dejar una «mordida», sin emitir un comunicado, sin ser el altavoz del intendente político, sin subirse al púlpito a dar moralina en tiempos del coronavirus . Pero aún así, se permiten el lujo de criticar la «caridad» que un barrio cualquiera se ha tenido que inventar de la noche a la mañana. A ninguno de ellos se le ha visto con la camiseta del sindicato repartiendo bolsas por las plantas de esos bloques mustios y doblemente confinados. O apilando latas de atún en el confesionario. La misma «caridad» que ellos pregonan con el libro de estilo del partido: ingreso vital.
Aquí los buenos y malos parece que se diferencian según el pedigrí de los que llevan las bolsas, cuando lo importante es quién hay al otro lado de esa bolsa. La renta mínima podemita es solidaridad y progresismo. La red de este párroco es caridad capciosa y esclava —recuérdese aquel camarada que acusó a Cáritas de captar como la mafia con su economato—. Cuando eran los okupas del Rey Heredia los que daban comidas, eran unos héroes de la justicia social. Cuando no son de su cuerda los que reparten alimentos y fiscalizan la «solidaridad» , como ha sucedido también con el programa del Ayuntamiento y Banco de Alimentos a miles de cordobeses, se llevan las manos a la cabeza en medio de la urgencia que no te espera. Cuando se mordían las ayudas a parados en el barrio del Guadalquivir, todos callados. La solidaridad va por barrios. Así es.
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