José Javier Amoros - OPINIÓN
Una obra de arte
El cristianismo ha hecho la transición del egoísmo a la generosidad
La Semana Santa cordobesa es una obra de arte, que contribuye a crear la atmósfera espiritual de la convivencia. Las calles se llenan de espectadores, que, aun no estando abiertos a la perspectiva religiosa, acabarán dialogando con el arte desde la dimensión superior del hombre, que los creyentes llaman alma. Una conversación sin palabras con el Cristo del Remedio de Ánimas —yo lo miro, Él me mira—, no le puede hacer daño a nadie.
Hay más cosas, pero son de arte menor . Las cáscaras de semillas de girasol se extienden a los pies del público como los pájaros muertos del poeta; los niños recogen en grandes bolas la cera de los cirios penitentes, llevan en las manos una cosa muerta, ya les enseñará la vida que no hay más cera que la que arde; puestos de bebidas y bocadillos, bullicio en los veladores legalizados, para entretener la espera del arte.
Cuando los pasos pasan, se hace un silencio respetuoso . Alguien le canta a Jesucristo o a su Madre , con un sentimiento parecido a la fe, y al cantaor o a la cantaora se le desangran en la garganta todas las venas del cante. «Tía Anica, ¿qué sientes cuando cantas a gusto?», le preguntó un periodista a Tía Anica la Piriñaca. «Cuando canto a gusto, me sabe la boca a sangre». Un respeto para la sangre. Un silencio para la sangre. La sangre de Dios, a la que canta el cantaor, y a la que siente temblar en su voz.
Al amanecer, no quedan en las calles más que los restos numerosos de las pipas también muertas, que ensucian pero no ofenden, un homenaje del hombre actual a sus antepasados de los grandes bosques. Hay vínculos que no hemos roto del todo. Es el paisaje desolado después del arte, ansioso de volver a recibir compañía. Habrá otra tarde y otra noche, hasta que, el domingo, la Vida se sacuda la muerte como una cáscara vacía, y una voz incontestable resucite a los pájaros y encienda otra vez las velas, para que los niños puedan llevar en ellas el sol de la tarde («¡Yesos niños en hilera, / llevando el sol de la tarde / en sus velitas de cera!» cantó el poeta sevillano de Soria).
En Córdoba , ese arte es una fe . Y a nadie le hace ningún daño respetarla, teniendo en cuanta lo que ha significado para la civilización occidental. El cristianismo ha hecho la gran transición de la historia de la humanidad. La transición del egoísmo a la generosidad, de la indiferencia a la compasión, de los triunfadores y los poderosos a las personas sencillas de la vida diaria, que son las que sacan el mundo adelante con su trabajo callado, sin recompensas ni honores.
El mundo no lo cambian las leyes y las revoluciones, sino los cambios en el corazón de cada uno de nosotros. «Ama a tu prójimo como a ti mismo». A tu prójimo sin excepciones. También, y eso hace del cristianismo una religión descorazonadora, también a Pablo Iglesias, a Rufián, a Rodríguez Zapatero . Cuando eso se logra, el mundo cambia. Ayuda mucho que también cambien ellos, pero no es una condición. ¿Cómo se puede combatir, perseguir, despreciar a una religión que nos declara a todos hijos del mismo Padre («Dime, Padre común, pues eres justo»), que es el fundamento del dogma de la igualdad?
Hoy, que termine Quevedo , a ver si se enteran: «…muestra en su amor clemencia coronada. / La paz compra a su pueblo con su guerra, / en sí gasta las puntas y la espada: / aprended de Él los que regís la tierra».