Religión
Las monjas capuchinas de Córdoba piden ayuda para obras en las cubiertas de su convento
Las religiosas del monasterio de San Rafael invitan a los cristianos a colaborar para pagar los 17.000 euros que costará frenar las humedades y goteras
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Puede que desde la cercana calle Alfonso XIII llegue algo del rumor de los autobuses y de las furgonetas de reparto que van de un lado a otro a primera hora de la mañana. Conforme avanza el día, por la plaza de las Capuchinas van y vienen profesionales de una reunión a otra, jubilados que quieren aprovechar la mañana en las compras y en algún momento hay estudiantes de alguno de los institutos cercanos que toman allí el bocadillo en el recreo.
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Lo que hay detrás de la puerta que se abre justo a la espalda de la estatua del obispo Osio parece un mundo distinto al que no llegan las prisas de fuera. Es el lugar en que se arrodillan y rezan ante el Santísimo, que se manifiesta en la hornacina central del retablo mayor, resplandeciente entre la penumbra y la madera oscura, hombres y mujeres de todas las edades que pasan durante todo el día. A ellos interpelan las religiosas capuchinas del monasterio de San Rafael.
Tienen que hacer frente a obras de mantenimiento en la iglesia y el convento y necesitan para afrontarlas un dinero que ahora no tienen. Por eso recurren a los cristianos que acuden a su iglesia y ellos responden, pero es necesario que muchos más conozcan lo que necesitan en ese lugar en que la calle Torres de Cabrera todavía mantiene su nombre antiguo, que muchos terminaron perdido para siempre. Vuelve a ser la calle del Silencio por el reconocimiento que se respira.
El martes 14 de junio, anunciaban que todavía quedaban panes de San Antonio , bendecidos el día anterior, en la misa en honor al santo de Padua . «¿No conocen la tradición, hermanos? Yo se lo platico», relata una religiosa desde el torno en que ofrece panes y dulces al contar cómo se entrega una bolsa de panes bendecidos a todos los que acuden el día 13 y que ellos entregan alguna cantidad según su voluntad.
La madre Elisabeth, abadesa del monasterio , llega enseguida y camina hacia el lugar del monasterio en que está el problema. Lo hace por un camino de patios llenos de árboles y columnas, como el que se ve desde la calle Conde de Torres Cabrera, pero mucho mayores.
Uno de ellos, con capiteles de avispero y puertas mudéjares , cuenta que lo que ahora es el convento fue palacio de los Duques de Sessa desde el siglo XV hasta que en el siglo XVIII pasó a casa de las religiosas clarisas capuchinas.
Lo que parece impoluto deja de estarlo en una de las habitaciones de la planta superior, justo a un lugar en que almacenan las figuras y decoración del belén. Por allí entra el agua cuando hay lluvias de cierta consideración, ha creado un agujero en el artesonado de madera y se filtra a través de la sacristía . «Ya lo arreglamos en varias ocasiones, pero siempre reaperece», relata. El olor a humedad delata que el problema necesita una solución perdurable.
La propuesta es demoler toda la cubierta antigua , con las maderas y tejas para disponer en su lugar correas metálicas, fijadas en los muros paralelos, y chapas montadas con mortero blanco impermeable. «Quizá sea problema del tejado a dos aguas , que deje entrar la lluvia por aquí», cuenta otra de las religiosas. Los técnicos proponen además limpiar y sustituir las tejas dañadas , impermeabilizar la azotea con pintura de caucho y fibra y colocar para la iglesia pladur de yeso laminado , con carácter hidrófugo, para evitar nuevas filtraciones.
Hace tres años tuvieron que recurrir a los suyos y ahora vuelven a hacerlo para afrontar los 17.170 euros que requerirán las obras que quieren tener a raya a la humedad que no deja de aparecer en el convento y en la iglesia. De vez en cuando hay una gotera en el altar y problemas de humedades en una de las paredes, junto al cuadro de la Virgen de las Angustias .
Quienes quieran ayudar pueden hacerlo a través de una c uenta abierta en Cajasur para recoger los donativos, con el número ES89 0237 6001 4091 7208 7657. Desde hace algunos años, la comunidad procura su sustento inmediato a través de un obrador del que salen dulces y obleas para la consagración del pan durante la misa. «Conseguimos el permiso de Sanidad, el CIF y todo lo necesario para vender al público», relatan mientras conducen a un obrador en que el olor de los ingredientes es lo único que parece flotar en una atmósfera de absoluta limpieza .
Allí se elaboran roscos de aceite y magdalenas del todo artesanales que salen de las manos de las 16 religiosas, la mayoría mexicanas, que viven entre los muros de un convento que luego muestran en su mayor parte reformado e impecable, desde la imagen de San Francisco , que en octubre, por su día, se lleva hasta la iglesia, hasta el coro alto, donde una religiosa invita a mirar una imagen de Cristo Yacente de apariencia antigua y valiosa, y que veneran especialmente el Viernes Santo para recordar la muerte del Señor.