FRANCISCO J. POYATO - PRETÉRITO IMPERFECTO
El año que nunca será de Córdoba
2016 pudo ser una vez nuestro año, pero pace ya ufano por nuestro calendario melancólico
![El año que nunca será de Córdoba](https://s2.abcstatics.com/media/opinion/2015/12/01/s/PPOYATO9--620x349.jpg)
Una marea azul dio color a una ciudad en blanco y negro. Los cordobeses querían conquistar Córdoba. Una especie de paradoja suprema empujada por una ilusión inaudita atravesando el Puente Romano, que abrió más que nunca sus ojos al contemplar cómo se arrastraba a una clase dirigente apóstata del consenso. No había cabeza andante que no hiciera cábalas de cómo estaría en el futuro horizonte que nos habíamos trazado como la meta o el tren que nunca llegó. No faltaron «rinconetes y cortadillos» que buscaran las ascuas al albur de un fuego fuerte, prendido con el convencimiento común que siempre ha faltado. Hubo quien tuvo que guardar el argumentario y el sectarismo en el armario con naftalina. Y todos, con más o menos obstáculos y palos en las ruedas, aportamos nuestro granito de arena a un proyecto con inercia de burbuja peligrosa, inevitables dudas, pero tantas certezas como cordobeses se enfundaron aquella camiseta azul estrellada que abrigó a la maltrecha autoestima.
Y aunque Córdoba ya era capital europea de la cultura. Casi desde Claudio Marcelo. Aunque chorreaba grandeza por los capiteles de la Mezquita-Catedral y universalidad por los versos de Góngora. O guardaba resonancias literarias del mundo como la coincidencia en el día de su muerte del Inca Garcilaso, Cervantes y Shakespeare. Era epicúrea y barroca. Exacta en la palabra de Pablo García Baena y desmedida en la sensualidad romeriana. Córdoba del mundo. Todas las Córdobas posibles que podamos imaginar estaban ahí, latentes, en la espina dorsal de una urbe milenaria que aspiraba a reencontrarse a sí misma. La de Osio, Séneca, Maimónides, Averroes o Lucano. La del Gran Capitán o la de los «abderramanes». La de Juan de Mena o Pío Baroja. Sólo faltaba atravesar el laberinto infame de la burocracia para colocar un sello en nuestra leyenda y cruzar la frontera de la modernidad malentendida. En esa oportunidad creíamos todos, pese a nuestra tópica tara conformista, nuestro escepticismo huérfano de argumentos, nuestra severa desconfianza, nuestra afamada virtud artesanal de fabricar debates estériles, de ganarle tiempo al tiempo para que no ocurra nada... Hasta que aquel austríaco de infausto recuerdo, Manfred Gaulhofer, nos devolvió al suelo y al espejo que desnuda las vergüenzas que más nos duelen hoy.
El 2016 que ya pisamos pudo ser el año de Córdoba, pero sin embargo pace por nuestro calendario como el año que nunca será. Como un extraño fisgón por nuestra melancolía. Un año con doble vida. La historia es conocida y los hechos posteriores han terminado de ordenar una coartada en la que nadie creía, salvo la política. Los apoyos a un cojo Zapatero del nacionalismo decimonónico de chapela -presupuestos, techo de gasto, reforma laboral, Bruselas apretaba al Gobierno de la «zeja»...- sirvió para pinchar la pica cultural en San Sebastián, que recibió el premio como un mediodía caluroso. En la soflama abertzale de unos manijeros proetarras que escondieron sus cadáveres para hablar de paz y convivencia a un jurado miope y tendencioso que, además, dejó rubricado hasta dónde llega el nivel político en Córdoba en menesteres tan «pulcros».
Desde aquel verano de 2011 hasta hoy, alguien dejó escrito que se invertirían en Córdoba mil millones de euros de haber sido elegida Ciudad Europea de la Cultura 2016. Que no nos iba a conocer ni Ramírez de Arellano, ni Alejandro Dumas, ni Miguel de Cervantes... E incluso llegó a dibujarse un faro cultural que guiaría nuestros perdidos pasos si no se lograba la titulación bruseliana. Promesas y promesas de teatros, centros creativos, paradigmas, foros y demás entelequias estratégicas de las que llevamos décadas malviviendo. Nada de eso se ha hecho. Nada de ello sucederá. Un año que ya ha pasado, aunque acaba de comenzar.