PASAR EL RATO
Nuestros muertos
El hueco del fallecido también se desvanece si no se le da calor
Para escribir un artículo , lo importante es que no se le ocurra a uno nada. Y ponerse, pese a todo, sabiendo que el artículo llegará. Hoy tampoco tengo tema. Pero me siento y miro al techo y me rasco la nuca y mordisqueo el bolígrafo. Hay que escribir con bolígrafo o con lápiz, y usar el ordenador únicamente para pasar a limpio. Porque el ordenador no se puede mordisquear y eso quita inspiración. Me levanto y voy a beber un poco de agua. Demoro la vuelta. Me siento otra vez. Y el bolígrafo va al papel, que es su destino, por instinto. Y empieza a moverse por la página en blanco. Y el artículo sale. Mejor o peor, pero sale.
Ha empezado noviembre , con su breve toque de difuntos . Durante uno o dos días nos damos violentamente cuenta de que se nos han ido aquellos que amamos y que nos amaron. Hace tiempo que todo había vuelto a ser nuevo, y los muertos nos acompañaban a distancia, sin que el recuerdo molestase. La costumbre hace llevadero el dolor. Pero el Día de los Difuntos advertimos que los vivos nos hemos quedado más solos que los muertos, más solos sin los muertos. Ellos, al menos, ya saben que se murieron también para nosotros, ya que nadie se muere sólo para sí. Su hueco, ¿cómo se rellena? Hay un sentido en los objetos que acompañaron tantas vidas : unas gafas, una pluma, la vieja chaqueta, el cuaderno aquél… Las habitaciones donde vivió, donde quizá vive todavía el muerto, con su olor a vida vivida, los libros de las estanterías, los cuadros de las paredes, unos discos, el sillón con la huella de su cuerpo. No es que haya que mantenerlo todo como un santuario, los muertos desdeñan el melodrama, ellos han alcanzado el sentido de la proporción. El hueco del muerto se irá enfriando si nosotros no le damos calor. Las cosas necesitan una determinada temperatura para existir, y se la damos nosotros, los vivos. Nuestros muertos en sus cosas, ya deshabitadas de ellos, pero habitadas ahora por nosotros. Que somos quienes les damos el calor que necesitan para que ellos sigan en ellas. Con nosotros en ellas.
Los cordobeses visitaron los días 1 y 2 de noviembre los cementerios de la ciudad, donde están enterrados los que siguen amando tanto. «La vida -dijo el obispo de Córdoba el Día de Todos los Santos - no acaba en una sepultura». A uno le consuela pensar que después de la muerte siempre está Dios. Hay Dios porque hay muerte. Se vieron también niños en la visita cementerial. Piensa uno que eso es educativo, además de sentimental. A la vida eterna hay que llegar con la inteligencia puesta en orden por el corazón. El cielo es un jardín de infancia para adultos que siguen creyendo en los Reyes Magos . «Las buenas biografías huelen a infancia».
La vida incluye la muerte , y pensar en la vida es pensar también en la muerte. Si no hubiera la muerte, es muy probable que la vida tuviera poco interés. La muerte es un asunto doloroso entre particulares. No es un acontecimiento social. La sociedad de sentido pésame no tiene interés por el muerto, sino por el vivo que puede pasar lista. Nos morimos para unos pocos. También Cervantes y Miguel Ángel . La obra es otra cosa. La estatua conmemorativa de nuestro paso por este mundo la vamos edificando con dedicación y con amor en el corazón de nuestra mujer, de nuestros hijos, de nuestros pocos amigos verdaderos. «Buen don Guido, ya eres ido» -¿Qué llevaste? ¿Qué dejaste? De eso se trata.